Aunque podríamos tener la tentación de al menos respirar aliviados porque seguramente EH Bildu no va a gobernar en el País Vasco, lo cierto es que las elecciones autonómicas celebradas este domingo dejan un escenario pos-electoral que invita a la seria preocupación. Si echamos la vista atrás, apenas dos décadas, solo los herederos de ETA han mejorado su situación y, además, lo han hecho notablemente, hasta el punto de empatar en escaños con el PNV, aunque hayan quedado por debajo en número de votos. El constitucionalismo que, entonces, era un dique de contención, ahora se ha vuelto casi irrelevante ante un nacionalismo que habla sin pudor de independentismo. Del Partido Socialista, hipotecado por los peajes que Sánchez tiene que pagar para seguir en Moncloa, tampoco cabe esperar más que intente vender que son la llave del Gobierno y que el apoyo que, muy probablemente hará lehendakari al candidato del PNV, tenga, en el intercambio de favores, el menor coste posible para el conjunto de los españoles. Si miramos un poco más cerca en el tiempo, con respecto a las últimas elecciones, EH Bildu gana 6 escaños, el PNV pierde cuatro, el PSE gana dos, el PP gana uno, conserva Vox el que tenía, entra Sumar con uno y Podemos desaparece, con un tremendo batacazo que le hace perder los seis escaños con los que contaba.

Así las cosas, con el terrorismo de ETA blanquado, Bildu celebrando y un gobierno del PNV con apoyo del PSE, que tendrá el aliento de los abertzales encima, no hay motivos para celebración alguna, por mucho que, en efecto, el drama podría haber sido todavía mayor.