Santoral

Santa Inés de Montepulciano, servidora dominica

Recuerda San Pablo que cada sufrimiento o contradicción que tenga, me sirve para aportar la parte que me queda en los méritos de Cristo sobre mí. Hoy, III Sábado de Pascua, celebramos a Santa Inés de Montepulciano. Su trayectoria siempre fue un camino de Cruz para llegar a al Vida Plena, en la Resurrección Gloriosa. Nacida en torno al año 1270, cerca de Orvieto (Italia), es hija de una familia noble.

Con sólo nueve años, viste el escapulario del Monasterio de Montepulciano, llamado así el Convento por la pobreza de sus religiosas. Poco tiempo después funda a 100 kilómetros de allí un nuevo Monasterio del que el Obispo le nombrará Abadesa por su gran madurez espiritual y humana. Viajó dos veces a Roma para pedir limosna y en la segunda ocasión solicitó ayuda para evitar las usurpaciones de los bienes monásticos, ante las confiscaciones que sufrían muchas congregaciones en aquel momento.

El bien espiritual y humano que aporta hace que las gentes de Montepulciano le pidan una nueva fundación, algo que sólo hará después de descubrir que esa era la voluntad de Dios. Un día tendrá un sueño en el que ve tres barcas guiadas por Agustín de Hipona, Domingo de Guzmán y Francisco de Asís, entendiendo que la Providencia le indicaba seguir la impronta dominica en su camino.

Los propios miembros de la Orden de Predicadores serán los directores espirituales de ella y de sus religiosas, indicándoles la mejor forma de santificación para sus vidas. Pronto empezará a sentir el peso de la enfermedad, el agotamiento y los achaques, situación que intentarán mitigar sus monjas con baños termales, hasta que Santa Inés de Montepulciano entregará el alma a Dios en bien de la Iglesia el año 1317.


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