TEATRO REAL

Gregorio Marañón: "La polarización es la mayor enfermedad de las democracias"

Javier Herrero.

Agencia EFE

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Javier Herrero.

El Teatro Real cumple este martes 25 años desde su gran reapertura como espacio operístico y Gregorio Marañón, presidente de su Patronato, ha sido testigo de casi todos sus trasiegos y aciertos, como el de haber sacado la lucha política de su seno y haberlo convertido en un modelo de convivencia.

"Pertenezco a la generación de la Transición y considero que la polarización es la mayor enfermedad de nuestras democracias. Y, con este talante, hemos conseguido que las tres Administraciones Públicas y la sociedad civil colaboremos unidos, logrando que el Real haya salido de la irrelevancia y sea hoy uno de los teatros de ópera de referencia internacional", asegura en declaraciones a EFE.

No ha sido un camino fácil. Marañón (Madrid, 1942) entró a formar parte de su órgano directivo desde el principio, en 1995, como patrono de la Fundación Teatro Lírico, que también incluía al Teatro de la Zarzuela, y vivió momentos difíciles provocados en parte por la injerencia política.

"En 1996, José María Aznar ganó las elecciones y el nuevo gobierno separó ambos teatros, despidiendo a Elena Salgado, que era una excelente directora general. Decidí dimitir, y conmigo lo hicieron Emilio Lledó, Alberto Zedda, Luis de Pablo e Isabel Penagos", recuerda.

Muy poco después, a unos meses de hecho de la gran reapertura, les siguió los pasos el primer director artístico del Real, Stéphane Lissner, según se dijo entonces, porque los recortes presupuestarios ponían en peligro la calidad de la oferta y los compromisos adquiridos.

"Stéphane no dimitió porque le redujeran el presupuesto, sino porque fue convocado al despacho de un alto dirigente del Ministerio de Cultura, quien, con criterios políticos, le ordenó modificar la programación", rectifica Marañón.

De hecho, en los primeros 10 años después de su reapertura el teatro tuvo seis presidentes, todos los ministros de Cultura, y "cada uno nombró un equipo diferente, una inestabilidad con la que fue imposible consolidar ningún proyecto", recuerda Marañón, que volvió al Patronato en 2004 y fue nombrado su presidente en 2007.

"En estos 15 años hemos profesionalizado la gestión y hemos podido acuñar un proyecto de excelencia desarrollando los planes estratégicos aprobados por nuestro Patronato. Y algo más, hemos logrado crear un equipo profesional extraordinario, y me refiero tanto a los directivos como al resto de los trabajadores, todos identificados con el Teatro Real con verdadero entusiasmo", destaca.

No olvida a algunos de los grandes nombres que permitieron hacer realidad el sueño de un gran centro operístico en Madrid. En el plano institucional, por ejemplo, señala a varios ministros de Cultura, como Carmen Alborch, "que constituyó la Fundación del Teatro Real"; a Esperanza Aguirre, "quien reabrió el Teatro Real en 1997"; y César Antonio Molina, "quien modificó los estatutos en 2007".

Destaca por supuesto a los responsables de haber llevado al Real a su etapa de mayor reconocimiento general, con el Opera Award al mejor teatro de ópera internacional y la Medalla de Oro de la Academia de las Artes Escénicas de España. Por un lado, el director general desde 2012, Ignacio García-Belenguer, "y su extraordinaria gestión reconocida fuera de España"; por otro, a Joan Matabosch, "artífice del actual proyecto artístico que está mereciendo los principales reconocimientos nacionales e internacionales".

En esa lista no olvida al que fuera su predecesor, Gerard Mortier, muy criticado durante los tres años que ostentó el cargo de director artístico, en opinión de Marañón, "por su carácter polemista, agravado por su desconocimiento de nuestro idioma, que produjo algunos desencuentros graves, y su desconfianza hacia los grandes cantantes, que fue también equivocada".

Frente a ello, recuerda que el belga aportó "tres elementos esenciales de los que carecía hasta entonces el Real: experiencia al frente de otras relevantes instituciones europeas, como la Ópera de París o el Festival de Salzburgo, así como la necesaria visión internacional y una concepción del género de la ópera actual, recuperando su carácter esencialmente dramatúrgico".

"Lo primero que dijo Mortier al llegar a Madrid fue que un buen teatro de ópera necesita contar con unos excelentes cuerpos estables. En 2008, tanto la orquesta como el coro no estaban a la altura de lo que requeríamos; hoy, ambos están considerados entre los mejores de Europa", señala asimismo tras una externalización de los mismos que, a su modo de ver, es "una singularidad muy envidiada".

Por todo ello, incluso en un "contexto económicamente muy complicado" como el actual pero con un balance "muy saneado" y un índice de ocupación del 93 %, Marañón ve con optimismo el futuro del Real y apuesta por ahondar "en nuevas iniciativas para atraer jóvenes al teatro" y llevar la ópera al resto de la sociedad.