El regalo de contar con un Papa emérito

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Hace seis años, Benedicto XVI anunció que dejaba la sede de Pedro porque ya no se encontraba con fuerzas, ni físicas ni espirituales, y porque, después de haberlo rezado mucho, consideraba que era la mejor opción para la Iglesia. Desde entonces tenemos el gran regalo de contar con un papa emérito, algo así como tener al abuelo en casa, el abuelo sabio, en palabras del papa Francisco. Por eso sería un error recordar solo aquel gesto final de enorme impacto. El Cardenal Ratzinger, después Benedicto XVI, es ya un gigante en la historia de la Iglesia. Es, desde luego, un gran teólogo y un pastor que supo leer y aplicar, desde la hermenéutica de la continuidad, las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

Quedan en la memoria y en el corazón muchos de sus discursos sobre lo esencial del cristianismo y de la Iglesia, que ha de estar centrada en la adoración a Dios y en el servicio al prójimo; sobre la necesidad de purificación de la propia Iglesia; sobre sus relaciones con el ámbito político, o sobre la fecundidad del pensamiento de quien se atreve a abrir la razón y a ponerla en juego, sin reducirla a meros experimentos de laboratorio. En España tuvimos el privilegio de contar con su presencia en el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia, y en la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, en el verano de 2011. Aquella inolvidable cascada de luz de la que habló el Papa Ratzinger nada más retornar a Roma, sigue guiando la barca de Pedro. Y lo sigue haciendo con la continuidad esencial entre Francisco y Benedicto XVI, que ahora sigue sosteniendo con su oración a su sucesor y a toda la Iglesia, en medio de sus gozos y también de sus tribulaciones.

Herrera en COPE

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Con Carlos Herrera

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