Ha sido la primera oreja de la temporada en Las Ventas. Mejor imposible para Saúl Jiménez Fortes. La apuesta ante los toros de Victorino Martín tenía sus pros y sus contras. La moneda para el malagueño salió cara y pudo tener tintes de triunfo grande de no haberse cruzado la espada con el sexto.
Fortes demostró en Las Ventas que ha ganado en poso. Su valor es innato, su colocación cabal y su trazo profundo. Estas tres cualidades siempre han estado presentes en su concepto. Pero este Domingo de Ramos se vio una nueva dimensión en su toreo. Más descolgado de hombros, más reposado, alejado de la fragilidad que años atrás mostraba. Hacer y decir el toreo.
Pero en estos tiempos de perfección absoluta, de faenas de inmaculado y calculado temple, esa primera faena de Saúl Jiménez Fortes nos trasportó a otras épocas. Una faena a la antigua donde la emoción del toreo superaba la perfección del muletazo. Hubo enganchones, hubo desacoples por ambos pitones, pero todo se superó por el fondo de buen toreo y la emoción que emanaba de la muleta de Fortes. Se intuía ese toreo que provocaba el ‘bien’ y el ‘ole’ con el que rugían alternativamente los tendidos.
En estos tiempos quizá nos hemos acostumbrados a un tipo de toreo más perfecto con un toro más previsible, más de laboratorio. Eso provoca que las faenas se vivan con escasa pasión en los tendidos. Pocas veces se ve ya a una plaza romperse de verdad durante una faena de muleta.
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