Era 1959. El Real Madrid acababa de levantar su cuarta Copa de Europa consecutiva. España comenzaba a salir de las estrecheces provocadas por la Guerra Civil y uno de aquellos niños de la posguerra, Federico Martín Bahamontes, se convertía el 18 de julio en la primera leyenda del deporte español.
Nacido el 9 de julio de 1928 en la localidad toledana de Santo Domingo-Caudilla como Alejandro, fue uno de sus tíos, llamado Federico, el que decidió que pasaría a la historia con su nombre. Se formó como aprendiz de carpintería, pero su amor por las dos ruedas comenzó a fraguarse en el taller de bicicletas del ciclista Moisés Alonso.
Sobre la bicicleta completaba sus ingresos, en una época de penurias económicas, con el estraperlo, y aquellas largas distancias de más de 30 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta empezaron a moldear el ciclista que años más tarde arrasaría en la montaña.
Sus primeros éxitos llegaron a finales de los cuarenta con la Vuelta a Ávila, donde se proclamó vencedor de la general y se coronó como mejor escalador, y poco a poco fue dando pasos hasta convertirse en profesional en 1954, año en el que debutó en la ronda que le haría pasar a la historia: el Tour de Francia.
Allí se ganó fama de excéntrico para los medios internacionales cuando durante la 17ª etapa, tras sufrir una avería en la bicicleta y con más de dos minutos de ventaja sobre sus rivales en la cima de La Romèyre, se permitió pedirse un helado mientras esperaba asistencia. «Con dos bolas», le dijo al tendero mientras sujetaba el cucurucho.
Se coronó como rey de la montaña y sus ganancias le permitieron abrir una tienda de bicicletas en su ciudad, cuyo escudo, con un águila bicéfala, serviría a un periodista deportivo extranjero para dotar a Bahamontes de su legendario sobrenombre: ‘El Águila de Toledo’.
Mientras, en España, su enemistad con el también ciclista Jesús Loroño comenzó a ser más que evidente; su lucha fue encarnizada en la Vuelta a España de 1957, que ganaría el vizcaíno por delante del toledano, que se llevaría la clasificación de la montaña -que también había logrado el año antes en el Giro de Italia-, un logro que repetiría en 1958 en la ronda española y en la gala.
Su carrera dio un giro radical durante una partida de caza con galgos en Toledo con el legendario Fausto Coppi, que le convenció de que no tenía que conformarse con la montaña y de que tenía condiciones de sobra para reinar en la general de la ‘Grande Boucle’. En las filas del Tricofilina-Coppi afrontó la Vuelta de 1959, en la que terminó abandonando, pero la semilla estaba plantada.
El Tour se corría con equipos nacionales, y en el de 1959 todavía tuvo que hacer frente a otro escándalo; el seleccionador Dalmacio Langarica eligió a Bahamontes y a Antonio Suárez como jefes de filas, lo que provocó la renuncia de Loroño, que incluso fue sancionado con dos meses sin competir por agredir al técnico.
Bahamontes mantuvo el tipo en el llano, y en la contrarreloj de la quinta etapa atenuó el daño al perder solo dos minutos con el mítico Jacques Anquetil, que entonces ya había ganado uno de sus cinco Tours (1957, 1961, 1962, 1963 y 1964). Con la llegada de los Pirineos, empieza a marcar terreno, y en el Puy de Dôme asesta el golpe en la cronoescalada. En los Alpes, camino de Grenoble, se viste por fin de amarillo.
Ya no soltaría el maillot de líder hasta París, donde se confirmó, por delante de los franceses Henry Anglade y Anquetil, primer campeón español de la ronda gala, un hito en una España nada acostumbrada a sacar pecho. A su llegada a Toledo fue aclamado por una multitud enfervorizada mientras atravesaba las calles a bordo de un coche descapotable, un recorrido que reprodujo en su homenaje en 2018.
Tras aquel gran éxito, fue segundo en la edición del Tour de 1963, por detrás de Anquetil, y tercero en la de 1964, también ganada por el ‘Maître Jacques’ y con Raymond Poulidor segundo. Se retiró en 1965, con un balance de 11 victorias de etapa en grandes vueltas -siete en el Tour, tres en la Vuelta y una en el Giro- y con nueve grandes premios de la montaña, seis de ellos en la ‘Grande Boucle’.
Tras su retirada se hizo cargo de su tienda de bicicletas y promovió la organización de la Vuelta a Toledo, y solamente volvió a subirse a la bici en el homenaje al malogrado Luis Ocaña, que siguió sus pasos conquistando el Tour de 1973. La carrera francesa le homenajeó con motivo de su centenario proclamándole el mejor escalador de su historia.