Por fin un partido de las finales, un final incierto. Transcurren las finales de conferencia por ahora sin el pulso de las grandes citas, con baloncesto potente sí, con tensión, claro, baloncesto por oleadas, exhibiciones de jugadores como Lebron ,Durant, Curry, Harden, Paul, colectivas de los Boston, pero victorias por aplastamiento. O gana uno claramente o gana el otro.
Esto ha cambiado. Por fin un partido que huele a final. Las finales necesitan cierto sensación agónica, de incertidumbre, y sucede que hasta ahora las victorias están siendo liquidadas con cierta solvencia por los cuatro equipos, por cierto mismo número de victorias de todos, porque ambas eliminatorias marchan 2-2. Tener que levantar Cleveland un 2-0 inicial de Boston ha sido lo más agónico que habían tenido hasta ahora las finales de conferencia, pero como decimos esto ha cambiado.
Houston Rockets ha sobrevivido a una tormenta perfecta de los Warriors que llevaban camino de expedir el certificado para una nueva final de la NBA, un certificado que se hubiera sellado en Houston tras la victoria de costumbre en Oakland donde venían siendo totalmente fiables. Pero el guión ha cambiado porque Houston Rockets se he empeñado en lo imposible, remontar y sobrevivir al tradicional tercer cuarto mortal de los Warriors.
Houston Rockets ha demostrado tener potencia de fuego suficiente para jugarle de tú a tú a los Warriors, con sus cohetes de precisión, a no ser que su puntería ese día falle. Tremendamente potentes en el tiro exterior de tres, habilidad para disparar desde cualquier posición en la media distancia aprovechando como pocos el pick and roll, y con la suficiente habilidad en sus actores pequeños Harden y Paul para dividir las defensas en la pintura, los Warriors necesitan su multiactividad defensiva para tapar dentro y tratar de molestar los tiros exteriores, lo que no es fácil si los Rockets tienen el día. Pero en el intercambio de golpes, hasta ahora los Warriors siempre habían parecido superiores, y la diferencia estaba en su capacidad defensiva, porque su baloncesto de ataque les da muchos puntos pero a la vez su capacidad para cerrar líneas de pase o cerrar el rebote defensivo con Durant y Green les da mucha capacidad de transición, y una vez salen hacia el aro rival van a percutir desde cualquier lado.
En esta ocasión los papeles se intercambiaron en cierto modo porque quien construyó desde la defensa fue sorprendentemente Houston Rockets, neutralizando el ataque Warrior en el último cuarto en el que ni Curry que ya había anotado 17 puntos en el tercer cuarto ahí es nada, ni Durant, llegaron al rescate y quizá acusaron la falta de un desatascador como Iguodala, presto a los cortes, a la espalda del rival, al cuerpo a cuerpo.
La batalla en cada palmo fue ganada esta vez por Houston que ya durante el año ha demostrado adaptarse perfectamente a quintetos pequeños muy móviles y cañoneros. El duelo estuvo en el alambre hasta el final, pero lo pudo haber complicado Chris Paul con 5 décimas y con dos tiros libres, falla el primero y anota el segundo en lugar de hacer que corriera el crono. Con tres puntos de diferencia y menos de un segundo, ¿partido liquidado? pues no, aún tuvo Stephen Curry un triple para haber empatado el encuentro. Por suerte para Houston no entró, porque el golpe recibido hubiera sido demoledor. Curry, o Thompson, o Durant, no necesitan ni un segundo para mandarte al infierno.
Pero los Rockets colocan la final del Oeste en un escenario muy, muy interesante, porque afrontan el quinto partido en casa con un empate a dos tras un golpe anímico a los Warriors y eso obliga al equipo de la bahía de San Francisco a levantarse y ofrecer su mejor versión para no ponerse en desventaja en la eliminatoria con un 3-2.
Houston Rockets divisa una oportunidad y no quiere dejarla escapar, se enfrenta a uno de los mejores equipos de todos los tiempos (2 anillos y tres finales en los últimos tres años), pero está ante su oportunidad. Hay una imagen icónica que ha dejado la noche, la más comentada, James Harden reventando el aro ante el malas pulgas de Draymond Green. Le mete una canasta furiosa a un tipo furioso, no a un tipo derrotado, no a un equipo derrotado, sino a un equipo campeón que no quiere hincar la rodilla.