En el mismo sitio y a la misma hora, con absoluta frialdad competitiva de quien ha ido a hacer su trabajo y lo hace impecablemente, Kevin Durant ejecutaba a Cleveland Cavaliers con un tiro helador, en el momento más caliente, en el último minuto, cuando las muñecas tiemblan, cuando las mentes se dispersan, cuando el cuerpo se encoje. Nada que afecte a un ejecutor silencioso, impasible, sin un ápice de emoción en su rostro, sabe que ha hecho su trabajo.
Como hace un año, en la misma situación, en el tercer partido de la final, con 2-0 y para sentenciar a su rival en el tercer partido en su propia casa. Hace un año ante Lebron en el último minuto, esta vez ante Hood y JR Smith también en el último minuto.
Le quedan pocos segundos de posesión, sólo tenía un instante, y lo sabe, con la mirilla de precisión ajustada, sabiendo tirar en el momento preciso, en el lapso de tiempo en el cambio entre Hood y JR Smith, más allá de la línea de tres, tiro perfecto, “splash”, cortando el aliento de 18 000 almas. Kevin el ejecutor, lo ha vuelto a hacer.
Es uno de los mejores en su especialidad y lo sabe, de hecho es probable que se considere el mejor, sabe lo que quiere y cuándo ha de llevarlo a cabo, y lo hace. Es Kevin Durant, un ejecutor del baloncesto, uno de los pocos elegidos para hacerlo una y otra vez, el día más importante, en el momento más importante, con la frialdad de quien acumula toneladas de autoconfianza. Es bueno, lo sabe, es su momento, lo sabe, es el jugador del tercer duelo de estas finales de la NBA tan apasionantes como desconcertantes.
No importa que a su lado los compañeros de viaje duden, no importa que haya sido el peor día de sus aliados, Curry y Thompson. Los Warriors tienen para dar y regalar, cuando no te destroza uno lo hace otro, cuando no todos. Sólo un equipo con estos jugadores puede conseguir que en el peor día de Curry y Thompson, horribles en el tiro especialmente el primero, ganar de nuevo y casi sentenciar el que puede ser su tercer anillo en cuatro años.
Con la frialdad de un profesional que lleva toda la vida preparándose para estos momentos, Kevin Durant lo hizo en el mismo lugar, the Q el pabellón de Cleveland Cavaliers, en el mismo partido, el tercero de las finales, y en la misma posición, un triple mortal para acabar con un equipo voluntarioso, algo más entonado que en el segundo partido, pero inferior., siempre inferior, agarrado a Lebron James.
Si Cleveland no ganó este primer partido en su casa, es que no puede ganar a los Warriors nunca, es imposible, esto es lo que ha quedado grabado a fuego en la mente de los jugadores de los Cavs, seguramente empezando por el mismísimo Lebron James, un descomunal jugador que un día poco lucido se marca un triple-doble en unas finales, con esto está dicho todo.
Kevin Durant sujetó durante todo el partido a un desgarbado Golden State, tan capaz de algunas cosas buenas como de fallar una y otra vez en lo que nunca falla, los tiros de sus Splash brothers, Curry y Thompson. El paradigma del quinteto pequeño y rápido encontró una sorprendente vía de agua en los Cavs en la pintura golpeando otra vez con un inesperado invitado, el pívot JaVale McGee, que hizo mucho daño en algunos momentos de partido.
Cleveland llevó el tercer partido de la final a una cuestión de honor. Venían con un 2-0 de Oakland muy doloroso, un dolor que se generó en el primer partido de las finales que nunca debió perder el equipo de Lebron James y del que se han acordado cada día. Venían de un segundo partido en el que no habían tenido opción alguna de ganar a los Warriors, que estuvieron llevados en volandas por el estado de gracia de Stephen Curry, que les había pintado la cara con nueve triples. Estaban en su casa, en The Q, en un ambiente de las grandes ocasiones, y los Cavaliers salieron a corazón abierto, ritmo brutal en los dos lados de la cancha, una actitud defensiva encomiable y agresivos hacia el aro contrario, desarbolaron a los Warriors. Pero debían tomar distancia suficiente ante la recuperación de los Warriors que llegaría sí o sí. Pero ni aun así, los Cavaliers vieron siempre a los Warriors alcanzarles, como el que corre con todas sus fuerzas intentando dejar atrás al malo y éste siempre te alcanza, una pesadilla.
Ambos equipos aportaron nuevos argumentos, en los de la bahía Iguodala, el anti-Lebron, estuvo ya en juego y poco a poco los cambios de los Warriors y las ayudas bloqueaban bastante las vías de paso a Lebron, quien no estaba espléndido sin estar mal. El problema es que Cleveland necesita a un Lebron excelso, necesita la heroica SIEMPRE para poder ganar a los Warriors, y no hay jugador alguno que pueda estar a un nivel extraterrestre en todos los partidos de un playoff. La plenitud de Lebron ante Indiana, ante Toronto, ante Boston para forzar él siete partidos y ganar en Boston el sétimo, el primer partido de la final en el Oracle con 51 puntos, la brutalidad de minutos una noche tras otra, la lesión en el ojo, el cansancio acumulado, Lebron se marcó un triple-doble, pero no alcanzó, y se produjeron mejoras en algunos jugadores, pero todo fue en vano, insuficiente.
Cleveland también aportó novedades, Lue se decidió al final (veníamos avisando hace días) por incorporar en la segunda unidad a Rodney Hood, necesitaba anotadores frescos, y necesitaba un jugador válido en sustitución del desesperante Jordan Clarkson. La jugada surtió efecto, Hood aportó puntos y frescura, una variante no tan analizada por los Warriors, un jugador no tan abierto para tirar como Korver o JR, sino un jugador más imprevisible con otras soluciones ,capaz de buscar diferentes opciones, botar y explotar la media distancia. A su vez, JR Smith convirtió también este partido en algo personal tras su pifia del primer día y estar tan señalado, debía saldar de alguna forma la deuda con su gente en casa y vimos al jugador que recordábamos, mucho mejor defensivamente y atinado en los tiros. El problema de Cleveland ha seguido siendo aritmético, sin la aportación sobrehumana de Lebron, “sólo” 33 puntos, 10 rebotes y 11 asistencias, con 50% en tiros pero muy mal en el triple (cansancio), faltaban puntos. Los 0 de Korver y los 3 de Green son dos puñales en las entrañas de un equipo que juega una final. Korver ha naufragado estrepitósamente en estas finales.
Por su parte los Warriors han tenido puntos de casi todos sus miembros amortizando el mal día de sus tiradores, es difícil ver un 1/10 en triples de Curry, y un triple llegado al final, pero sobre todo vivían sujetados a un árbol, el del ejecutor Kevin Durant, él guió a los Warriors esta vez, él puso los puntos, y se la jugó en los momentos importantes.
Puede que los Warriors no hayan brillado en esta final hasta el momento ni en estos playoffs como en años pasados, puede que no haya fluido igual de bien el balón, pero tienen tanto talento, que siempre aparecerá uno de ellos. De la misma manera que cada partido de las finales ha tenido un héroe, un jugador que ha dominado el partido. Si el primer día fue Lebron James, el segundo fue Stephen Curry, el tercer día fue Kevin Durant.
No hay dos días malos de Kevin Durant. Lo deben saber quienes se enfrenten a él, si te ha perdonado la vida un día no debes concederle una segunda oportunidad, porque automáticamente una versión actualizada de KD sentenciará. Asusta ver lo poco que tarda en convertirse en otro jugador. En el primer partido de la final lo fallaba todo, insospechadamente en alguien como él, parecía un jugador lejos de su mejor estado de forma. Nos preguntábamos entonces si había sido sólo un mal día, o si en realidad no había llegado bien a las finales. La respuesta estuvo en el segundo partido, en el que sus porcentajes asustaban, con absoluta precisión.
La confirmación ha sido en el tercer día. Nada de este Kevin ejecutor recordaba al jugador del primer partido, 43 puntos, su mejor registro en la final, con un 15/23 en tiros, 6/9 en triples y 7/7 TL, además de 13 rebotes e intimidación en el aro.
Este año aun más que en los anteriores, y se mire como se mire, la final está desequilibrada. De hecho es un milagro que Cleveland esté en la final, y ese milagro se llama Lebron James. Los Cavs afrontan el cuarto partido con el peligro de la humillación de un 4-0, la imposibilidad de remontar un 3-0 dejará el honor como única motivación para darlo todo otra vez en casa, el honor de evitar cómo el rival levanta el trofeo Larry O’Brien en su propia casa después de un 4-0 es algo demasiado doloroso. A los Cavs sólo les queda el orgullo y el honor, después de haber visto cómo baloncestísticamente parece misión imposible, sencillamente porque el día que debían ajusticiar no lo hicieron, y en cambio el día que Kevin debía ejecutar, lo hizo.