El momento de la retirada es el más difícil para el deportista de élite, hemos asistido a las dudas de Manu Ginóbili, al tiempo de reflexión que se tomó hace un año y de nuevo este verano para ver cómo respondía su cuerpo y su ánimo para seguir jugando. A algunos los retira el cuerpo, a otros que podrían seguir jugando los retira el desánimo o el cansancio psicológico, y otros no saben muy bien cuándo decir adiós porque se ven para seguir, y tienen ganas de seguir, pero es su club quien toma la decisión por ellos.
En este último caso encontramos quizá a Juan Carlos Navarro, sin estar en su mente pero a juzgar por lo que él ha dicho y las sensaciones que ha transmitido de que se veía con fuerzas para otro año más de baloncesto.
Desde fuera hemos tenido la sensación en todo momento que el Barcelona tenía más un problema que una oportunidad para que el club brillara alrededor de la figura de uno de los jugadores de mayor impacto en el baloncesto europeo de las dos últimas décadas. En la situación que una franquicia NBA no hubiera desaprovechado para honrar a su leyenda, en la situación en la que incluso otros directivos de clubes europeos hubieran visto una oportunidad para presumir no sólo de jugador sino también de club, la directiva azulgrana parecía tener un problema. Cómo tomar la decisión de jubilar a un jugador tal relevante sin que se note parecía la cuestión.
Como medida preventiva y anticrítica se le hizo una especie de contrato vitalicio como si este gesto fuera una contramedida para neutralizar los futuros torpedos que iban a llegar cuando llegara el inevitable momento de anunciar su baja deportiva. Pero no ha sido así, en primer lugar porque el propio Navarro, además de estar agradecido al club que se lo ha dado todo, no ha tenido reparo en reconocer su molestia ante su jubilación forzosa. Y en segundo lugar porque no se le ha dado a Juan Carlos Navarro la oportunidad de decir adiós a su manera, en la pista.
La cuestión es que es una decisión de tal calibre que nadie quiere asumirla, nadie le ha puesto la cara a esta decisión, más que el presidente Bartomeu cuando ha habido que montar un acto de despedida tras el anuncio de que no iba a continuar cuando los jugadores estaban a punto de llegar al vestuario para cambiarse, faltando apenas unos días para que Navarro fuera a vestirse de corto para empezar su vigésimo primera temporada profesional.
¿Quién toma la decisión? ¿Es decisión de entrenador que no le quería? ¿es decisión de los responsables de la sección de baloncesto que ya no le veían para aportar nada? ¿es la directiva que ha querido cambiar la cara de la plantilla?
La prueba de la improvisación es que Bartomeu le nombra manager de la sección y habla de representatividad del club y también de formación, cosas bastante diferentes, en cualquier caso parece que estará alejado de la toma de decisiones. Es decir, no será alguien al cargo de la sección o que participe en las decisiones deportivas, por lo que parece. Una vez llegados a este punto, Navarro debe poner de su parte para elegir qué quiere hacer, qué le gusta más, no por el club, que también, sino por sí mismo, porque su vida sigue ligada a su mundo, el baloncesto, y debe averiguar qué le motiva más o dónde se siente más útil.
Pero estábamos en el adiós, un jugador que se ve para jugar todavía tiene difícil asumir una jubilación forzosa, y aunque es verdad que el perfil de Navarro está alejado de grandes fastos, homenajes etc. un jugador de su categoría y de lo que ha significado para el baloncesto español (no es patrimonio sólo del Barcelona, sino del baloncesto español), debía irse de otra manera, arropado por toda la gente del basket. Navarro debería haber elegido cómo despedirse del baloncesto, se lo ha ganado; es cierto que posiblemente estuviera para sólo determinados minutos, pero este caso lo encontramos en jugadores emblemáticos de la NBA como Carter o Nowitzki que van a estar jugando con Atlanta y Dallas con 42 y 41 años, y en el caso del alemán como bandera de su franquicia. Nowitzki lo dejará cuando él decida.
Cada jugador es un mundo, el perfil de cada jugador es distinto, Kobe Bryant y Tim Duncan se despidieron de manera muy distinta, el primero con un año de ovaciones y loas a lo que ha sido su figura en todas las canchas de la NBA, y Tim Duncan se fue en silencio con un escueto comunicado, desapareció de la escena (aunque siga vinculado a San Antonio Spurs) porque él es así; posiblemente Navarro sea más perfil Duncan que de Kobe, pero como patrimonio del Barça y del baloncesto español debió tener la oportunidad de ser despedido en todo el país por la familia del baloncesto, justo además coincidiendo con sus 20 años de carrera profesional, la oportunidad era redonda para loar su figura para alguien que no viera en ello un problema sino una oportunidad. Un jugador de su talla merece afrontar como quiera su final, y todo jugador necesita un periodo de instrospección necesario para saber dónde está, qué le queda y qué puede dar de sí mismo aún como deportista. Es posible que Navarro lo hubiera pensado, si es así todo lo que hubiera pensado no ha servido para nada, y esto denota una falta de comunicación interna del club con el jugador. Saber decir adiós es difícil para cualquier persona en cualquier orden de la vida, con la diferencia de que los deportistas dependen de su físico, no como en otras profesiones que se pueden desarrollar hasta muy avanzada edad, por lo que la frontera entre ponerse las zapatillas o no es más tenue y está dibujada por las diferentes circunstancias y la toma de decisiones.
Sus compañeros, en especial los hermanos Gasol y Ricky Rubio, hicieron un gran favor al Barcelona de manera indirecta al arropar a su compañero, a Juanqui, en el momento más difícil de su vida deportiva. Destacaron que se podría haber hecho todo mejor en referencia al club, pero la asistencia a la despedida de su compañero como no podía ser de otra manera ha elevado un cierre de carrera que había quedado de un nivel muy bajo.
Es posible que Navarro se equivocara ( o no) en su apreciación sobre sus propias posibilidades deportivas un año más en activo, y que hay que saber decir adiós, pero lo que nadie quería era una despedida por la puerta de atrás o clandestina de las pistas de baloncesto de uno de los grandes.