Qué se debe sentir cuando vuelves del infierno. Cuando sólo tú sabes el dolor que has pasado, las expectativas que has frustrado, empezando por la tuya, las horas, los días, los meses y hasta los años que has soñado con volver a sentirte el jugador que eras. Sólo él lo sabe, sólo quien ha pasado por ahí lo entiende, generosamente pagados sí, pero los deportistas de élite se enfrentan al abismo más habitualmente que nosotros. Es el caso de Derrick Rose, actual jugador de Minnesota Timberwolves.
Un nombre bonito Rosa, si será bonito que hasta existe como apellido, no sólo como nombre. Pocas cosas más delicadas, fugaces pero esplendorosas a la vez que una rosa, tal vez por ello Derrick Rose, el hombre de la semana en la NBA, tiene el esplendor de momentos inmensos de baloncesto y la fragilidad de una flor que se marchita con inusitada velocidad. Derrick Rose no se ha marchitado, más bien al contrario, ha recuperado su esplendor, pero en su carrera ha tenido la fugacidad y la fragilidad de una flor que al mínimo golpe se quiebra. Cierto que también algo tan delicado y frágil tiene sus armas o peligros, sus espinas, como Derrick Rose.
El hombre de la rosa, el que ha vuelto a poner de moda el símbolo de la rosa en el planeta baloncesto en los últimos días, es la mayor historia de superación de los últimos años en la NBA, de la vuelta al mejor nivel viniendo de roturas ligamentosas, complicaciones, duras recuperaciones, recaídas, réplicas en forma de otras lesiones en otras partes de la anatomía del jugador como el tobillo, es la historia de un corazón roto que se recompone cachito a cachito. Es una historia de esplendor, pero también de caída. Es la heroicidad precoz, el mayor éxito para un joven de 23 años elegido MVP, mejor jugador de la mejor liga del mundo en 2011, y caída precoz también. Más dura puede ser la caída cuanto más alto llegues, sólo que un talento y un portento físico no puede renunciar a ser mejor cada día y seguir buscando la excelencia; en ese camino estaba Derrick Rose, un jugador del que últimamente no era reconocible ni su sombra. Con 30 años ha pasado por todos los estados de un deportista de élite ya, pero a lo bestia. Porque su historia parecía abocada a la de un jugador que un día fue una luz pero que muy pronto había pasado a la historia, a un recuerdo. Nada hay más frustrante para un deportista grande, y para quienes le siguen, que ver sólo recuerdos en el espectro de ese jugador en la cancha, ni sombra de lo que fue, se suele decir.
Rose parecía condenado, tras su explosión en Chicago y tocar el cielo, vino la lesión de cruzado, la reaparición inexistente, las dudas, después el regreso con dudas y más recaídas, 2012, 2013, 2014 casi cada año que ha ido pasando desde 2011, su año como MVP, es un parte médico continuo. En Nueva York se fue a Chicago en plena depresión, después vendría Cleveland donde sólo era un sombra, después el traspaso fugaz a Utah para ser reclamado por Thibodeau, su antiguo entrenador en Chicago, en Minnesota.
Tiene Minneapolis querencia por jugadores que sufren, fue primero Ricky Rubio y su dura situación personal, y ahora es Rose. Un jugador que ha pasado por todos los estados anímicos posibles, pero, decíamos, a lo bestia: felicidad, alegría, tristeza, ansia, frustración, depresión… quizá todo eso salió en unos instantes de explosión emocional el otro día, en su partido de 50 puntos precisamente ante los Utah Jazz de Ricky Rubio y son el mayor renacer de la NBA de los últimos años. Un jugador que se ha perdido 253 partidos en seis años, supone un paso adelante de la medicina deportiva, y no tan solo de la cirugía, sino del trabajo de rehabilitación, que son los grandes hacedores y a veces olvidados de la recuperación deportiva. Ellos son la clave, porque primero se tiene que reparar bien un problema, ya sea muscular, ligamentoso, óseo, etc, pero después viene el trabajo para hacer posible la vuelta de un deportista de élite. Sin ese trabajo de fisioterapia y de las técnicas de rehabilitación que siguen avanzando de manera increíble, nada es posible.
Rose había dado ya muestras de ser un jugador parecido al que fue en anteriores partidos. Habíamos visto entradas a canasta, habíamos visto saltos, escorzos, choques en el aire, potencia y habilidad en un jugador que era muy explosivo pero a quien su cuerpo dijo basta y al que marcó otro camino.
Rose empezaba este año a recordarnos a ese jugador, pero le faltaba el gran partido, el que le diera confianza, no tanto el que demostrara al mundo que sigue siendo un gran jugador. Este partido era sobre todo para él. Sólo así se entienden las lágrimas incontenibles cuando volvía de un tiempo muerto llorando para defender la última jugada, en la que su salto taponaba el último tiro y aseguraba la victoria de los Timberwolves frente a los Jazz, pero sobre todo redondeaba su mejor partido desde 2011. Son siete años, se dice muy pronto, sin que Rose pasara de los 40 puntos. Hizo su máximo en su carrera. Cuánta frustración, tristeza, depresión salía por esas lágrimas. Minnesota no ha ganado el anillo, pero Rose sí ha ganado su anillo, el de su vuelta, así lo entendieron sus compañeros que le rodeaban al final del partido y celebraban con él en el vestuario su gran actuación, como si fuera el anillo.
Nadie sabe cuánto se alargará este Rose de vuelta. Pero lo que ya no le quita nadie es la emoción de haberse encontrado así de bien de nuevo en la pista. Derrick Rose ha vuelto, y justo es recordar que hubo otros muchos que no lo consiguieron. Dónde quedaron los Gregg Oden, número 1 del Draft, o Brandon Roy, el jugador franquicia también de Portland Trail Blazers , ambos con retiradas prematuras, siendo unos jóvenes, porque sus cuerpos dijeron basta y no les permitían seguir jugando a baloncesto. Cuántos casos así que se quedan en el olvido. Rose ha vivido un reciclaje doloroso como jugador, porque si no llegas a donde llegabas antes, tienes que buscar otros recursos, otro juego, Rose así lo ha hecho, es mejor tirador, es más inteligente dirigiendo seguramente, pero ha recuperado además su explosividad. Como esa flor que ha vuelto a brillar en el jardín, un esplendor que todos admiramos.
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