La reciente revelación de la medallista olímpica española de sincro Marga Crespí, nos ha recordado que el el problema del maltrato nunca se fue, que siempre estuvo ahí, y que la diferencia es que sea visible o no, que se combata o no. La nadadora de sincronizada dejaba hace ahora cuatro años no sólo la alta competición, el equipo español de sincronizada, sino también su país, tras aceptar una oferta en espectáculos acuáticos en EEUU, seguía dentro del agua pero cambiaba de vida. Ahora ha revelado que decisión tan drástica, lo que en aquel momento se vio como un cambio personal y buscar nuevas experiencias, era una huida de muchos años de menosprecio y maltrato en su familia.
En la NBA no hay equipo que no tenga jugadores que son auténticos supervivientes, procedentes o de barrios conflictivos o de familias desestructuradas, cuando no ambas cosas, que han pasado graves problemas o que han tenido graves carencias en su entorno. Pueden no haber tenido una familia de verdad en su infancia y adolescencia, pero tienen una tribu en la que refugiarse y entender el valor del esfuerzo, de la unión, del compañerismo, dentro de un mundo profesional y egoísta sí, pero que necesita códigos, que tiene un jefe claro, a veces un guía, como es un equipo profesional de baloncesto.
A estos jugadores el baloncesto les ha dado una oportunidad para el éxito y buscar fortuna, para labrarse un porvenir y tener reconocimiento social. Lamentablemente, y a pesar de los esfuerzos de la liga o de sus equipos por mantener en equilibrio a estos jugadores, quien nada ha tenido en ocasiones es incapaz de tomar buenas decisiones y de ser responsable en relación a su presente y futuro. Son muchas historias de fortunas dilapidadas, de jugadores que acabaron convirtiéndose en delincuentes, o pasto de las drogas, o del juego, o simplemente del derroche, y acabaron en la bancarrota.
Las secuelas físicas de un maltrato sistémico por ejemplo son de por vida, no siempre son físicas, en muchas ocasiones son psíquicas, como lo que ha denunciado la nadadora: el insulto, el menosprecio, la falta de cariño, de afecto, de apoyo, el minusvalorar a esos pequeños, todo lo que entraña el maltrato psíquico es como una roca erosionada por el mar. Puede llevar toda una vida superar ese daño hecho psicológico para por fin liberarse de esos condicionantes, lo que es muy difícil de conseguir.
El éxito deportivo surge del talento, del trabajo y muchas veces de la necesidad, de la necesidad material o de la necesidad afectiva. Cuántas veces vemos buenos jugadores que se quedan en la mediocridad por esa falta de lo que llamamos hambre. No tiene ganas, no tiene hambre decimos de jugadores que no llegan a su máximo potencial o simplemente se conforman con la mediocridad competitiva.
No es el caso de jóvenes con necesidades. En muchos casos la necesidad puede bloquear también , pero no es menos cierto que quien no tiene nada o tiene todo por ganar se esforzará más. En muchos casos es el refugio. Dice Marga Crespí que el maltrato que sufrían en casa, que sufrió su madre o su hermano y sufrió ella misma, le hizo agarrar bien fuerte la oportunidad de ser parte del equipo español de sincronizada (fue medallista olímpica en Londres y campeona del mundo). En la piscina era libre. Se sumergió (nunca mejor dicho) en el deporte.
Nos ha hecho recordar el caso (podríamos buscar decenas y decenas de casos) de Jimmy Butler. El hoy jugador de los Philadelphia 76ers fue un adolescente expulsado de su casa por su propia madre. Butler sobrevivió entre compañeros hasta que alguien se cruzó en su camino, una familia le acogió tras verle en un parque jugando a baloncesto. En esa familia adoptiva encontró con 13 años lo que no había tenido en su casa, y sobre todo encontró en el baloncesto el estímulo y la fuerza para crecer, la motivación. La estrella de los Sixers gana hoy 20 millones de dólares al año, y lleva ganados 58 millones de dólares en su carrera. Su comportamiento ha sido a veces díscolo, ha tenido roces con algún compañero, ha forzado su traspaso de los Minnesota Timberwolves incluso coreando canastas del rival para forzar la máquina. Poca cosa. Muy poco parece todo esto para quién pudo haber sido, porque de no haber jugado a baloncesto Butler podría ser hoy uno más de los miles de delincuentes criados en las calles que no tuvieron una oportunidad, o que huyeron de una historia de maltrato, de palizas, o simplemente se engancharon a las drogas y buscaron dinero rápido. Hay mil historias. Y mil familias desestructuradas, cuántas veces hemos escuchado «el baloncesto (u otro deporte) salvó mi vida». Son pocos los elegidos lamentablemente porque hablamos de deporte profesional, y muchos otros los que deben buscarse la vida sin tanta recompensa económica.
¿Estaríamos hablando de deportistas tan exitosos de no haber tenido esa necesidad? Cuando de la necesidad se hace virtud el deportista, como los jugadores de la NBA de infancias difíciles, tienen un plus que no tienen otros. El baloncesto ha sido su refugio, el deporte les ha dado la libertad y la creatividad, que no tenían en casa. También su forma de mover esa rabia interna. Quizá nunca hubieran llegado a ser lo buenos que son de haber tenido una vida cómoda, quién sabe. Naturalmente es lamentable que esto siga ocurriendo, y no es necesario que un chico o chica tenga que sufrir ningún tipo de carencia o maltrato para que desarrolle una gran carrera deportiva, lo deseable es que no sea así nunca.
Pero no es menos cierto que uno de los secretos de esta vida es convertir los problemas en oportunidades. No fue algo premeditado, no fue algo buscado, las circunstancias llevaron a centenares de jóvenes a refugiarse en un juego, desarrollar su talento, y ser felices jugando a baloncesto a la vez que resolviendo su porvenir.
El poder que tiene el deporte por otro lado es conseguir hacer aún más visible un problema sufrido en silencio. Porque la lacra del maltrato a la pareja es dramático y necesita soluciones y protección, pero ¿y los hijos? los menores no tienen quien les defienda, cuando sus protectores son en realidad sus maltratadores. La denuncia de Marga Crespí nos hace estar aún más alerta, saber que eso siempre estuvo y nunca se fue, y que entre todos hemos de conseguir una sociedad mejor. Es el valor de lo dicho por la nadadora, el valor de dar el paso adelante y atravesar la bruma del dolor incrustado en la piel durante años , para que este problema no sea invisible.
FOTO NBC