Nunca más se olvidarán de él, Damian Lillard ha regalado al mundo una de esas noches que perduran en la memoria colectiva, quizá no ganen nada, quizá no lleguen mucho más lejos, quizá sí, lo que nadie olvidará es lo presenciado en el quinto partido de la eliminatoria del Oeste contra Oklahoma City Thunder. Lillard es el nombre más repetido hoy en la NBA y en el baloncesto mundial tras anotar 50 puntos con diez triples, el último ellos una canasta imposible para ejecutar a los de Oklahoma. El eterno olvidado decían, quizá por su perfil discreto, quizá por jugar en Portland, quizá por la monstruosidad del Oeste, el olvidado Lillard ya no lo será más.
Pase lo que pase en estos playoffs de la NBA el momento queda registrado en nuestro disco duro, y el canal de las emociones nos mandará a la memoria el impulso de un instante, un momento mágico, de esos en los que el tiempo se detiene y sólo hay un balón en dirección a un aro. Mira Damian Lillard, mira Paul George su marcador, miran todos los compañeros, mira un pabellón entero, miramos todos. ¿Desde ahí? ¿de esa forma? con su defensor esperando un movimiento más, o quizá una penetración, tenía tiempo y espacio para ello, sus compañeros habían preparado un aclarado, el tiro podía ser la peor opción ante un jugador más alto como Paul George dispuesto a tapar su ángulo de tiro. Todo eso podía ocurrir, pero Lillard no hizo un movimiento hacia adelante, no quiso progresar, no quiso acercarse para buscar un teórico mejor rango de tiro. Para qué, Lillard sabía lo que iba a hacer, y el movimiento fue lateral. Pero ¿desde ahí? desde ahí, desde 11.2 metros al aro. Quién puede imaginarlo. Claro que lo ha hecho otras veces, claro que Lillard ha machacado desde nueve metros o más a los Thunder en esta eliminatoria. Pero se está jugando el partido con empate en el marcador y última posesión. ¿Lo iba a hacer? ¿era defendible?
Lillard ha desafiado todas las leyes de la lógica en su capacidad de fuego desde larga distancia en esta eliminatoria, con un dato escalofriante de 10/18 desde +9 metros, y 4/6 en el quinto partido. Lillard y Curry son jugadores que sorprenden a las defensas porque tiran contra pronóstico, cuando no parece posible que armen el tiro ni tengan el cuerpo alineado para ello, nadie sabe cómo lo hacen, pero lo hacen y además con una eficacia que produce sudores fríos. El base de Portland lo ha repetido en esta eliminatoria, saliendo de bloqueo, en el intervalo de tiempo entre el bloqueo y la llegada del jugador que cambia, Lillard ya ha disparado. No necesita estar perfilado, nadie espera el bombazo como dicen en Hispanoamérica. Cuatro veces All Star, siempre en Portland desde el inicio de su carrera NBA en 2012, Lillard quiere hacer historia en Oregón como ha repetido más de una vez, algo que para algunos puede sonar a conformista por no buscar títulos en otro lugar, y para otros romántico. Las motivaciones de cada deportista las dibuja el propio protagonista si tiene personalidad, Lillard es uno de ellos. Valora ser querido donde está. Quizá por su inexpresividad para transmitir emociones, tiene que hacer grandes cosas con el balón para provocar esa emoción, de eso se trata. Su gestualidad mínima y su rostro imperturbable incluso tras haber hecho lo que ha hecho, canaliza sus emociones en su faceta artística como buen rapeador. Toda una caja de sorpresas.
En un equipo secundario semioculto entre los gigantes de la conferencia Oeste, equipos poderosos como los Warriors de Curry, Durant y Thompson, los Rockets de Harden y Paul, los Thunder de Westbrook y George (sus víctimas anoche), incluso los laureados San Antonio Spurs ahora de DeRozan y Aldridge, y el equipo sorpresa del Oeste, los Nuggets de Jokic y Murray, y por supuesto los Angeles Lakers de Lebron James (por mucho que se hayan quedado fuera, pero que ocupan mucho espacio por la grandeza de la franquicia y la figura de Lebron), nadie reparaba en Portland. Quizá porque siempre están ahí sin hacer mucho ruido, y tampoco llegan más allá. ¿Y si esta vez sí llegan más allá?
Este año se le ha abierto un frente interesante por el que penetrar, han sido muy superiores a Oklahoma (enésimo fiasco de los Thunder, un equipo atascado completamente en su desarrollo), y abordarán una semifinal ante Denver o San Antonio. Llegarán con el chute de autoestima que les ha endosado a todos su líder Damian Lillard. Llegados hasta aquí, ¿quién puede descartar a los Blazers para disputar la final del Oeste?
Lillard y McCollum son los dos líderes de los Blazers, puede sonar a agencia de detectives, de abogados, o incluso una marca de distribución, pero da la casualidad de que son los dos jugadores capitales de una ciudad que vuelve a soñar. Sus líderes silenciosos tapan incluso a jugadores algo más histriónicos como Kanter y Nurkic (ahora lesionado). Lillard está demostrando que se ha quedado en Portland para hacer historia por más inverosímil que parezca. La vida está llena de sorpresas como ésta, y el deporte no es ajeno. Cuando el lado salvaje de la NBA, la conferencia Oeste, ocultaba la figura de la Dama de Portland, cuando nadie reparaba en él, Lillard ha elevado su estatus en la liga, jugador para momentos importantes, no sólo es lo que haga durante un partido, es que va a estar ahí para decidir, es la frontera entre los buenos equipos y los equipos que pueden ganar cosas.