Ganar mucho tiene sus contraindicaciones. Ganar es lo que quiere cualquier equipo, cualquier deportista, es para lo que te preparas, es por lo que compites. El camino hacia la victoria es lo que mueve a toda organización, por lo que trabajan en las oficinas para tener el mejor equipo posible y también cuidar a la parroquia mejorando la experiencia en los partidos para sus clientes, los aficionados.
Todo un camino durante la semana para procurar ser lo más competitivo posible en esas tres o cuatro horas de cada uno de los partidos en la NBA. Pero qué sucede cuando un equipo ha ganado mucho, cuando ha sido varias veces campeón, cuando no queda la mitad del equipo campeón...¿cómo se reactiva la pasión de un equipo? Esto es algo muy difícil de medir y muy alejado de las estadísticas e incluso de los contratos millonarios.
El día siguiente a un anillo o a una derrota en una final de la NBA es ya de por sí lo suficientemente difícil como para complicarlo aún más con la pérdida de algunos de los elementos que te han hecho ser grande. Perder de golpe tanto capital humano, tanto talento y parte de lo que eras, con la marcha de jugadores como Durant, Iguodala o Livingston, Bogut etc. Es duro, durísimo, asumir que has pasado de ser uno de los mejores, un equipo que viene de ganar anillos, un equipo que ha estado a punto de ganar su cuarto título de campeón en cinco años a ser un equipo sin aspiraciones.
El desmembramiento de los Golden State Warriors presentaba un reto difícil para el primer día de trabajo de esta temporada 2019-20, se suponía todo un desafío afrontar la etapa postgloria, pero nadie pensaba en un equipo arrastrándose. En los dos partidos que han disputado los Warriors han encajado 141 puntos de los Clippers y 120 de un equipo que ahora no está entre los favoritos del Oeste precisamente, como es Oklahoma, que ya al descanso le había metido 70 puntos.
No se puede empezar una temporada dando la sensación de que estás contando los días para que acabe el curso, y esto es lo que transmiten las caras de algunos de sus jugadores y su propio entrenador, Steve Kerr, que tiene expresión de pensar para sus adentros, ¿cómo le meto mano yo a esto? ¿por dónde lo cojo? Porque los Warriors han protagonizado uno de los peores arranques de temporada de un equipo campeón de la NBA. Se presumía una travesía dura, pero no hasta el punto de no ver ningún parecido con un equipo sobre la pista.
Llevan la misma camiseta con el Golden Gate, algunos de sus protagonistas más reconocibles son los mismos, Stephen Curry y Draymond Green, con Klay Thompson de paisano por su lesión de larga duración, el entrenador es el mismo, pero nada más se les parece. Aquel equipo que había despertados expresiones de admiración no ya por su mortal máquina de fuego ofensivo, por su dinamismo, por ser capaz de destrozar desde cualquier palmo de la pista, que cambió la dimensión del juego con el tiro de larga distancia y que parecía indefendible, aquel equipo que era capaz de defender de manera asfixiante en cada baldosa del pabellón, lleno de jugadores versátiles capaces de intercambiar posiciones de tal manera que parecían infranqueables, aquel equipo que había hecho del ritmo de juego y del pase toda una oda al baloncesto, amanece esta temporada como una sombra depresiva, un equipo lleno de jugadores vulgares , un equipo en el que lo que antes eran asistencias ahora son pases que acaban en nada porque quien tira no tiene el nivel de los que estuvieron antes.
Curry seguirá metiendo muchos puntos porque es muy bueno, puede que Green también se active, se supone que cuando recuperen a dos jugadores para la pintura como el currante Looney y Cauley-Stein llegado de Sacramento, tendrán más posibilidades de ser un equipo reconocible. Pero esto no va de uno o dos jugadores, es toda una cultura de equipo la que parece haber saltado por los aires. Ellos mismos dicen que apestan, que es una forma muy autóctona que tienen en Estados Unidos de decir que son un desastre. Los Warriors pueden tener puntos aunque tengan muchos menos tras la marcha de Kevin Durant, Iguodala, Livingston, Cousins o Bogut, pero han perdido algo más que puntos, han perdido competitividad y pasión. Cómo explicar sino su paupérrima imagen en este arranque, su nula defensa. Los Warriors han sido como un All Star pero con menos alegría. No pueden aspirar a muchas cosas pero pueden competir; sin embargo para competir necesitas jugadores y espíritu competitivo, sobre todo pasión. Y es difícil apasionarse habiendo sido un campeón si ya no puedes competir, si has ganado tanto.
Curiosamente los Warriors han cambiado su clásico pabellón de Oakland, el Oracle, por el Chase Center de San Francisco, un pabellón última generación con toda la modernidad y precios para un espectáculo que sin embargo ahora no podrán ofrecer. Es curioso cómo los caminos del juego no siempre siguen a los del marketing o viceversa, como el negocio a veces no sigue la pista del juego. Porque este pabellón está pensado para diversificar y aumentar el negocio para la franquicia, pero lo que mueve el juego es el balón, y ahora el balón no está tan bien cuidado. Tienen un pabellón cinco estrellas sin un equipo cinco estrellas.
Todo lo bueno se acaba decimos, pero más que una maldición es una bendición, porque para que algo sea bueno tiene que haber un contrario, para disfrutar en el deporte tienes que haberlo pasado mal, haber vivido malos tiempos, derrotas; si no existieran las derrotas y los sinsabores del deporte no existiría la gloria. Golden State Warriors ha vivido días de vino y rosas pero ahora tiene que superar la resaca y ser capaz de volver a disfrutar de la vida en estado sobrio.