Todo lo que podía pasar en la crisis del coronavirus ha pasado. También la NBA se ha cancelado indefinidamente. En Estados Unidos Donald Trump ha pasado en unas horas de hacer bromitas como hacíamos en España a cerrar los vuelos con Estados Unidos. La NBA reaccionó de inmediato la madrugada del jueves en España tras detectarse un positivo. Inmediatamente se anunció la cancelación de la competición de manera indefinida. Algunos partidos estaban en marcha, otros dos estaban por empezar. Estos últimos no empezaron, por supuesto el partido del positivo, que era el Oklahoma-Utah. Tras detectarse el positivo del pívot francés de los Jazz, Rudy Gobert, los jugadores quedaban confinados en el pabellón de Oklahoma para ser sometidos a la prueba del coronavirus.
Donovan Mitchell era el único que también daba positivo en la prueba. Las dos estrellas de los Jazz, infectados. La decisión fulminante de la liga era cancelar la competición sin fecha. Ahora se ponen a aislar a los jugadores y tratar de contener la epidemia. Utah Jazz ha jugado en los últimos días contra Toronto Raptors, Detroit Pistons, New York Knicks, y Cleveland Cavaliers. Esto supone que todas estas franquicias deban extremar su vigilancia sobre sus jugadores y empleados, todos aquellos que han estado en contacto con Utah Jazz en la pista en los diferentes compromisos. Nuestros Marc Gasol y Serge Ibaka deben estar en cuarentena junto a sus compañeros y estar atentos a su evolución.
Pero quién no puede asegurar que no haya otros contagiados en el resto de equipos de la NBA, lo iremos sabiendo con el transcurrir de los días, como ha ocurrido en nuestro país y en todo el mundo. La NBA estima pérdidas millonarias con esta cancelación forzosa y necesaria, hablamos de millones de dólares, cada partido supone un ingreso fijo importante, y habrá que ver si los contratos de televisión se pueden mantener, así como los impresionantes contratos a los jugadores que pagan las franquicias de la NBA. Todo ello en una temporada que había empezado con una tara económica con pérdidas importantes en China, por el tuitgate del manager de los Houston Rockets, Daryl Morey sobre China, que supuso un varapalo a los ingresos de la mejor liga de baloncesto del mundo.
Nada comparado con la salud pública, sin salud no hay nada de nada, ni deporte, ni servicios, ni economía, nada. La crisis del coronavirus es una bestial transformación en la conciencia universal sobre nuestro papel como seres humanos, sobre lo vulnerables que somos aunque no quisiéramos creerlo, en la forma de relacionarnos, en la importancia del respeto a las medidas de higiene, en el respeto a nuestro entorno. No olvidemos que esta pandemia procede del mundo animal salvaje , según los estudios hechos hasta el momento, y que el ser humano no está siendo lo respetuoso y cuidadoso con ese entorno y resto de seres vivos que debiera.
Es un cambio de conciencia en un mundo global en el que, por si teníamos alguna duda, lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia tiene incidencia en nuestras vidas. Los problemas se transmiten con la misma velocidad que el dinero o las importaciones y exportaciones. Un cambio de conciencia sobre qué es sostenible y qué no. Hemos crecido las últimas generaciones en la abundancia y en una comodidad como el mundo no había conocido. Es cierto que hay graves problemas, es cierto que hay lugares en el mundo en los que la vida es muy dura, pero nunca el ser humano había disfrutado de una protección como la de ahora.
En España, país con grandes virtudes, una vitalidad, empatía y solidaridad como pocos países del mundo, nos hemos quejado sin embargo permanentemente de todo, como si siempre hubiéramos estado aquí y a este nivel, como si todo lo que se nos ha dado nos perteneciera y aun más, se nos quedara corto. Muchos habíamos oído las historias de la guerra y la postguerra que vivieron nuestros padres, de lo que es pasar necesidad, de no tener comida, de tenerse que irse sin nada a otro lugar a buscarse la vida. Cuando poco era mucho. Ellos, las personas mayores ahora amenazadas por el coronavirus, son quienes más saben de necesidad.
En el mundo viajamos con low cost a a cualquier sitio como mero entretenimiento como si todo esto fuera normal, sostenible, no cuidamos la dieta y pensamos que comer carne es un derecho diario, que disponer del resto de seres vivos con una producción a escala industrial es sostenible, sin importarnos el bienestar de esos animales y si han sido adecuadamente tratados durante el proceso. Inventamos nacionalidades e identidades como si fuéramos mejores que el resto, como si fuéramos diferentes, aun cuando sabemos que lo que somos se lo debemos a quienes hemos sido históricamente, una comunidad que ha formado lo que conocemos como España. Dónde está ahora la chulería etnicista y supremacista. Somos racistas con quienes son de otro lado, acusamos a los demás de los problemas que hemos provocado nosotros mismos o nos desentendemos de los problemas de otros pensando que no van con nostros. La pandemia mundial del coronavirus debe hacernos mejores como seres humanos. No hay otra forma de salir de aquí.
Entre los egoísmos inconscientes de muchos de nosotros, jóvenes y mayores, se ven comportamientos extremadamente irresponsables, algo más que una chiquillada. Rudy Gobert no es culpable de tener el coronavirus, nadie es responsable de ponerse enfermo, pero sí es responsable de tratar de evitarlo y contagiarlo. La escena del pívot francés en la rueda de prensa previa al partido contra los Thunder, tocando toda la mesa y los micrófonos antes de marcharse corriendo, como el chiquillo que hace lo que le han prohibido hacer y además aparenta que es divertido, es una de las mayores demostraciones de estupidez humana. Gobert puede haber contagiado a los periodistas. En el vestuario de los Jazz han reconocido que había hecho bromas igualmente en la misma línea irresponsable. Rudy Gobert debe pedir disculpas por su inconsciencia, por su irresponsabilidad, por su falta de respeto.
Gobert demostró no tener muchas luces, pero sobre todo demostró no respetar a los demás. Hizo exactamente lo contrario de lo que había que hacer, lo contrario de lo que nos piden a todos, y lo hizo porque el deportista de élite (en ocasiones, no siempre por supuesto), no se ve como un ciudadano más, sino alguien especial. Es especial en lo que hace en la pista y por ello está muy recompensado. Gobert es un excelente jugador, un formidable pívot, de los mejores de la NBA, pero el coronavirus le ha dado una lección.