Michael Jordan quiso el séptimo - Con Basket si hay paraíso
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Michael Jordan quiso el séptimo

El mejor trabajo audiovisual sobre el mejor deportista de todos los tiempos. Si la vida dependiera del disfrute de un momento, entonces qué quedaría después, porque tras «The Last Dance»(el documental sobre Michael Jordan) todo sería cuesta abajo.
Vivir junto a Michael Jordan sus títulos, conociendo sus reflexiones, sus enfados, sus alegrías, sus emociones, junto a quienes hicieron posible la mayor dinastía de la NBA, sus Chicago Bulls, parece hecho para elegidos, para que el espectador se sienta como un elegido.  Si además está contado con el ritmo, la música, la precisión, el despliegue de archivo que te sitúan en las escenas y en tiempo presente en una aventura deportiva de gran calibre, podemos convenir que estamos ante una obra grande para cualquier aficionado al baloncesto, al deporte, o simplemente a una serie documental bien hecha, una serie que te atrapa seas aficionado o no.
Incluso conociendo la historia se consume con avidez, queriendo saber el siguiente capítulo o el siguiente anillo, cómo será contado, o cómo contarán la desgracia del asesinato de su padre, o los desmanes de un jugador irrepetible por todo, Denis Rodman, o de su compañero y también estrella Scottie Pippen, o de otro compañero que hasta este documental salía un poco más del foco y que ha cobrado el protagonismo necesario, el actual entrenador de los Warriors Steve Kerr.
Sinceramente Michael Jordan no se preocupa en aparecer demasiado bien mientras habla, más bien es la postura del que ya está por encima de todo. Ves la figura de alguien que está de vuelta, cuya mirada sólo se enciende cuando recuerda en primera persona las cosas tal y como las vivió él. Si un marciano se pone a ver el documental y ve a un tipo entrado en kilos caído en el sillón junto a un vaso de whisky, probablemente se pregunte por qué debería interesarle lo que le tiene que contar ese tipo.
Jordan no sobreactúa, actúa como alguien que lo ha vivido todo en el deporte e incluso en la vida. En este sentido se comunica incluso como alguien mayor de lo que en realidad es, 57 años. Jordan se regodea consigo miso y su expresión meme para cada situación que recuerda o ve en una tableta que le pasa el interlocutor para escuchar lo que dice alguien. Es divertidísimo ver sus reacciones, sus risotadas, cómo recuerda algunos pasajes, cómo recuerda a un enemigo al que sigue odiando en el caso de Isiah Thomas, o cómo desmiente odiar a otros como Gary Payton o Reggie MIller, jugadores con los que se las tuvo tiesas en la pista.
Para Jordan algunas de aquellas enganchadas formaban parte de su proceso personal de automotivación para ser mejor y para ganar en una época con menos postureo bienintencionado, una época en la que el verdadero significado de todo estaba en ganar, cuanto más mejor, y no tanto en estadísticas de puntos, rebotes, asistencias, ni siquiera estadísticas avanzadas.
Jordan encendió la pasión por el baloncesto en todo el mundo sin youtube, sin redes sociales, una NBA que antes de Jordan llegaba a 80 países y que gracias a él acabó llegando a 215, en palabras del desaparecido comisionado David Stern.
¿Se imaginan a Jordan ganando anillos y MVPs, con finales como aquellas brutales ante Utah Jazz en la era actual de internet y las redes sociales? ¿qué alcance tendría una figura como Jordan? ¿qué supondría para el negocio de una liga como la NBA? Es incalculable no ya desde el negocio sino en cuanto a la capacidad de seducción de millones de personas y de jóvenes en todo el mundo. Jordan fue lo que fue en su época, sin esta tecnología de nuestros días.
Pero hasta «The Last Dance», Michael Jordan no era de carne y hueso, era una figura gigantesca que otea el horizonte desde una cumbre, casi desde el cielo en realidad, como una divinidad; esto era para las nuevas generaciones.
Alguien mitificado, tan desconocido como seductor. Alguien que se sabe que siempre estará por encima, pero no sabes exactamente por qué. Esto se acabó. Las nuevas generaciones, los chicos y chicas de hoy que habían oído hablar de MJ y que le tenían en repeticiones, en celebraciones, en logos, en zapatillas o ropa, pero que no le habían vivido en tiempo presente, ya le tienen disponible. Por ahora sólo accesible a los abonados a una plataforma, pero este documental pervivirá y se exhibirá en otros soportes con el tiempo se supone llegando aún a más millones de personas en todo el mundo.
En tiempos posturales como los actuales, muchas de las actitudes relatadas por los protagonistas de los Bulls son incomprensibles para generaciones de jóvenes e incluso deportistas de hoy. Los comportamientos a veces díscolos, a veces sacrificados, a veces impotentes, a veces extramotivacionales de jugadores como los de aquellos Bulls y aquella época, vivían en la obsesión por la victoria. Para vivir con obsesiones como las de Jordan necesitas un personaje como él. Sus huellas se han podido ver en contados jugadores en la historia, obsesiones como las de Kobe Bryant, quien quiso batirse con él y como él, ganarle a toda costa al mismo tiempo que absorbía todo lo que podía de él, obsesiones como las de Lebron James, sin entrar en las comparativas hoy por hoy absurdas entre ambos y tan del gusto de los detractores de Lebron, más que de sus fans, en Kevin Durant, obsesiones que se han visto en pocos jugadores.
Michael Jordan daba su máximo para conseguir lo máximo, por ello tuvo que hacerlo en dos etapas, cuando llevas cuerpo y mente al límite, los ciclos pueden ser de dos o tres años, no mucho más. Si además en medio sucede un drama personal como el que sufrió MJ, se entienden las dos etapas para conseguir seis anillos en ocho años, una proeza no repetida en la NBA.
Para llegar a eso tienes que llenarte de ganas, a veces de fuerza, a veces de resistencia, a veces de odio, a veces de amor, a veces de tristeza… Y así fueron los pasos que fue dando Michael Jordan, quien buscaba enemigos como un Quijote que ve gigantes feroces en lugar de molinos.
Jordan reconoce sus trucos para motivarse, bastaba una mirada o palabra de un rival, una pregunta de un periodista, o a veces simplemente gigantes ficticios. Así fue el Jordan atleta, sino había un enemigo lo buscaba, aunque fuera inventado por su ego.
Fue tirano y déspota a ojos de algunos compañeros, y especialmente de la mentalidad del deportista de hoy en día. Jordan se exprimía  a sí mismo pero también a quienes le rodeaban, les motivaba, les hablaba mal, se burlaba, les picaba. Un monstruo insoportable dirán algunos. Un motivador dirán otros. Si un compañero era incapaz de soportarle a él y mantenerse centrado en su trabajo para Jordan no estaba capacitado para soportar una final de la NBA.
La tristeza también fue un motor para Jordan. Tras el asesinato de su padre Michael tuvo el viaje al béisbol como un reencuentro con su padre y el recuerdo infantil que compartió con su mayor apoyo en su vida deportiva. Al faltarle su padre tuvo que encontrarle en el béisbol, tenía que complacerle allá donde estuviera para que le diera su bendición para seguir adelante en la vida, al mismo tiempo que se quitaba de encima todo el peso de la obligación de ganar. Aquello lo hacía por amor, por amor a su padre.
Al regresar, la tristeza del recuerdo de su padre fue su gran motivación para volver a ganar.  Sin embargo la tristeza puede ser una motivación, pero no basta en sí misma para la acción de ganar. Tenía que perder para volver a motivarse. Jordan perdió en su regreso ante Orlando Magic de su ex compañero Horace Grant. Al perder, Jordan estuvo viendo toda la celebración de los Magic en la pista, necesitaba ver muy bien todo aquello, vivir la derrota, sentir el inmenso dolor que le producía aquella derrota. Entonces estuvo listo para volver.
Ese verano se preparó como un gladiador romano junto a su preparador personal y en mitad del rodaje de Space Jam. Jordan convocó en Los Ángeles a lo mejor de la NBA para jugar pachangas entre rodaje y rodaje, mientras siguió esculpiendo su cuerpo, fortaleciéndolo tras jugar a otra cosa, a béisbol, algo que su preparador personal Tim Grover, narra emocionado en el documental.
Tras todo eso, Jordan estaba listo para regresar y ganar de nuevo. El resto es historia, tres anillos seguidos más, otro ciclo ganador. Es curioso porque The Last Dance deja un final abierto, argumentos que descolocan a Jordan cuando se los escucha al propietario de los Bulls , Jerry Reinsdorf , quien cuenta que quiso que Phil Jackson continuara aunque había que acometer la reconstrucción del equipo. Jordan le escucha sorprendido, cree que se había finiquitado el año desde el momento en el que Krauser, el GM figura clave también en aquel equipo campeón, declaró la temporada como el último baile de Phil Jackson.
Pero Jordan incide: podríamos haber ganado un séptimo, si nos hubieran hecho una propuesta para otro año con Phil, podrían haber ganado un séptimo anillo. Es el final apropiado para un depredador de la cancha, alguien que soñó con ser el mejor y ganar, y que nunca tuvo suficiente. En esa infelicidad está la felicidad de millones de personas.

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