All Star, ese dulce prescindible - Con Basket si hay paraíso
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All Star, ese dulce prescindible

A nadie le amarga un dulce dicen, pero si ese dulce te aporta poco o no te sienta bien sabes que es algo prescindible. El All Star ha pasado a convertirse en ese dulce prescindible en el que notas algo tan efímero, tan liviano, de tan poco poso, apenas algún momento de felicidad o de diversión, que a los cinco minutos de terminado lo has olvidado.
El All Star debió ser concebido en origen como una fiesta, sin ninguna duda, un show lleno de luz, color, espectáculo, diversión. El problema es cuando el camino hacia la diversión es equivocado. Uno se divierte en el deporte cuando desde la dificultad o desde el esfuerzo existe algo meritorio. Es cierto que en este mismo All Star de Atlanta, el más extraño y complejo de la historia por la pandemia, ha habido gotas luminosas. Siempre habrá alguna cuando hay talento, y la NBA reúne mucho talento en su fiesta. Pero hace tiempo que el fin de semana de las estrellas se convirtió para la NBA más en un dolor de cabeza necesario, porque es capaz de generar pingües beneficios para la liga y para las ciudades que lo acogen, pero un dolor de cabeza.
Este año el All Star, ese postre que sabes que no es de lo que comes pero que a nadie le amarga, quizá era un dulce más prescindible que nunca, no ya por la situación dramática que vivimos sino porque sin público, una fiesta pensada por y para los espectadores, se convertía en algo impensable. Si algo vive de la admiración de sus fans es la reunión de las estrellas y sus concursos de mates y triples. Algo llamaba a la reflexión cuando Lebron James, uno de los líderes de la liga y el jugador con mayor influencia, reconocía tener cero motivación en una temporada tan apretada y en estas circunstancias sin público, para afrontar el All Star.
Pero la Liga no ha querido renunciar a lo que genera el fin de semana de las estrellas y que la televisión no pudiera penalizar a una liga ya de por sí castigada, como todo, por la pandemia. Es lógico pensar que los dirigentes de la NBA quisieran salvar el fin de semana de las estrellas aunque fuera en formato más reducido y pensado para la televisión.
Pero el problema del All Star de la NBA en los últimos años es su pecado original, estar concebido como un partido sin ánimo competitivo. Si miramos el partido de la pasada madrugada sólo encontramos algo de interés en el ánimo del díscolo Kyrie Irving por jugar a ganar, o en los triples seguidos desde mitad de cancha de Lillard y Curry, o algún pase mirando al tendido etc. Momentos, sólo momentos. El pecado original es que se ha permitido a los jugadores divertirse a su manera, de tal forma que resulta algo divertido para ellos en algún momento pero no necesariamente divertido para los que lo miramos, que es de lo que se trata.
Cuando un jugador entiende que la diversión parte de la nula dificultad se acaba el deporte. Entonces es otra cosa, lo podemos llamar jugar a algo pero no deporte. Para que exista el deporte tiene que hacer una confrontación de intenciones. Partamos de la base de que el sistema amigos de fulano contra amigos de zutano es una fórmula horrible, porque despersonaliza aquello por lo que merece la pena jugar, algo, alguien. Para algunos la fórmula Este contra el Oeste estaba agotada. No es eso lo que estaba agotado, en absoluto, sino el ánimo de los jugadores que han dejado de competir.
Este-Oeste es una gran dicotomía para una gran liga y un gran país, extensísimo y con límites tan lejanos, lo que influye también en su cultura, idiosincrasia y hasta geografía. Poco tiene que ver el Este con el Oeste, es el duelo de muchas cosas, hay razones históricas, culturales etc. En el mundo NBA tenía sentido. Lo que no tiene sentido es ver jugar en una pachanga a los jugadores que selecciona uno, Lebron, contra los que selecciona el otro, Durant. ¿Con qué criterio se alinean los equipos? ¿Qué identidad tiene esto? ninguna. Este-Oeste sí tiene identidad, sobre todo si los de una conferencia ponen interés en ganar a los de la otra.
No era el formato, era y es la motivación y la competitividad. El All Star puede estar más incentivado para ganar, y no se trata de dinero, sino el simple placer de ganar al del otro lado. Y si esto además comporta prestigio o poder elegir por ejemplo a qué lugar se destina un dinero solidario, por decir algo, quizá tenga más interés.
Por lo demás los concursos son de lo poco que se salva. Incluso cuando el concurso de mates es el más breve de la historia y lo disputan tres desconocidos fuera de la liga. Los tres chicos hicieron mates de mérito, Cassius Stanley de Indiana, Obi Toppin de Knicks, y el vencedor Simmons de Portland. Tres chicos que dejaron plasticidad y espectacularidad, incluso cuando pudiera parecer descafeinado por el poco cartel de los concursantes, se salvó con dignidad.
El concurso de triples siempre es espectacular, sobre todo si participan jugadores como Steph Curry, Mike Conley o Jayson Tatum, porque Curry convierte en oro lo que toca, es ahora mismo posiblemente el jugador más espectacular de la liga, ha recuperado su esplendor físico y el único hecho de que los Warriors no sean los de antaño hace que esté menos en el centro del debate, pero es candidato a MVP de la liga, fijo.
En suma, nos gusta pasarlo bien, necesitamos alegría y belleza más que nunca en estos tiempos, el deporte cumple con una función social más que nunca en una sociedad con problemas serios, pero el principio de diversión falla, necesitamos ver la dificultad para apreciar la magia, y eso es algo que aun manteniéndose en los concursos, ha desaparecido del fin de semana de las estrellas y su partido.

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