El mecanismo es simple: fobia a los ruidos fuertes. La explosión de petardos, un trueno o el rugido de motor de una motocicleta puede causar serios problemas en la salud de nuestras mascotas. Sobre todo en épocas navideñas, fundamentalmente en Año Nuevo, es un problema común. Al hacer estallar un petardo o cohete, se provoca una respuesta emocional de miedo en el animal, que interpreta dicha explosión como una situación amenazante. Si esa respuesta de miedo es desproporcionada, y, encima, se repite de manera muy frecuente, la situación evoluciona a la fobia como tal; algo que, normalmente, tiene repercusiones psíquicas y/o físicas en nuestros perros y gatos.
El quid de la cuestión está en que, a diferencia de lo que ocurre en una tormenta (en la que los perros desarrollan una “capacidad de anticipación” para poder ponerse “a salvo”), cuando se detonan petardos o elementos pirotécnicos, los animales están desprevenidos, y son incapaces de adaptarse a la situación de estrés que se produce. A día de hoy, se desconoce por qué algunos animales sí y otros no sufren con los petardos, pero estudios recientes afirman que se produce una situación similar al estrés post-traumático en humanos, una trastorno neurológico difícil de tratar.
Entonces, ¿qué consecuencias puede tener este problema en nuestros animales?
Aunque la reacción a dicho estímulo es variable entre individuos, la respuesta de los animales (fundamentalmente perros) puede manifestarse desde un leve nerviosismo hasta un estado de crisis de ansiedad. Durante la explosión de los petardos o fuegos artificiales, se produce una liberación masiva de adrenalina y un aumento del cortisol y de las hormonas del estrés. Esto concluye en un llamativo desequilibrio nervioso. Un estudio reciente, realizado en 2016 en Brasil, lo ratifica.
Sin tener en cuenta el daño lesivo directo que un elemento pirotécnico puede causar en un animal (quemaduras, úlceras corneares, amputación de miembros…), el estallido de petardos hace que el gato o el perro trate de esconderse o escapar de manera compulsiva e incontrolable. El can, además de eso, puede mostrar una gran variedad de signos:
- Freezing (sensación de congelamiento o paralización)
- Temblores
- Piloerección (“pelos de punta”)
- Respiración más rápida y agitación, con jadeos continuos
- Taquicardia
- Postura “encogida”: miembros flexionales, orejas hacia atrás y rabo entre las patas
- Vocalizaciones o aullidos intensos
- Aumento de la salivación
- Micción y/o defecación involuntarias
- Muerte por fallo cardíaco agudo
¿Hay alguna forma de solucionarlo?
Lamentablemente, no existen “soluciones milagro”, pero sí determinadas pautas que alivian la ansiedad provocada ante dichos estruendos en la época navideña:
- Acostumbrar al animal desde pequeño a los ruidos fuertes (desafortunadamente, no siempre es posible)
- No se aconseja dejar al perro solo en casa. Además, si es posible, mantenerlo en una habitación lo más alejada posible del ruido, a modo “refugio”, dónde se sienta totalmente seguro (acompañado de juguetes, premios…)
- Mantener la calma en todo momento y evitar reñirles (de lo contrario, reforzaremos el comportamiento que queremos evitar inicialmente)
- “Ocultar” el sonido de los petardos (poniendo la radio, la tele o, simplemente, música a un volumen relativamente elevado)
- A la hora de pasear, es fundamental llevarles bien atados, a ser posible con un arnés (así, evitaremos su huída descontrolada y las consecuencias que ésta puede tener: atropellos, traumatismos…)
- Uso de fármacos ansiolíticos o sprays de feromonas (siempre bajo supervisión veterinaria)
- Educación especializada con un adiestrador