Blanca Rodríguez G-Guillamón
Ganadora de la V edición
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Cuando se llevaba la galleta a la boca, parecía que la galleta se lo fuese a comer a él. Pero entonces el niño la sacudía para mostrar su superioridad y dejaba de ser monstruosa.
Hacía dos horas que el viaje se le hacía pesado, de modo que había tomado la resolución de pasearse con sus calcetines rojos por el vagón, mirando fijamente a los pasajeros.
Ante las carantoñas, sacaba la lengua —por favor, es que no era ningún bebé—, pero si alguien no le sostenía la mirada entrecerraba los ojos y profería una ristra de insultos ante la cara del desdichado. Su preferido era: «¡Que te lleven los demonios!», porque se lo había escuchado en la calle a un viejo que parecía un pirata.
—¿Quieres dejar de molestar a la gente?
Su madre le tiró del brazo en tres ocasiones. Ni una más, porque el marido le recomendó que lo ignorara.
El niño regresó al asiento.
—¿Queda mucho?
No hubo respuesta. Entonces golpeó la mesilla que mediaba entre su padre y él.
—En serio, papi… ¿queda mucho?
El hombre le miró por encima del libro y le dijo que no.
—¿Cuánto falta? —insistió—. Papá, ¡que cuánto falta!
—Dos horas.
—¿Ves? ¡Todavía dos horas!
Se cruzó de brazos con los mofletes rojos y refunfuñó que, como siempre, volvía a tener razón, que si se hubieran teletransportado, ya estarían en casa de los abuelos.