Ana Santamaría
Ganadora de la XIV edición
La conversación que mantenía su padre con el hombre enchaquetado que estaba en el salón no dejaba a María concentrarse en su ejercicio de matemáticas. Trataba de resolverlo una y otra vez, pero las palabras se colaban por debajo de la puerta de su habitación y poblaban su mente hasta confundirla.
Decidió apartar el ejercicio hasta que se callaran. Aprovechó para ir a la cocina a merendar. Cuando pasaba por la puerta del salón, no pudo evitar detenerse a contemplar la escena.
—¡No puedes pedirme eso, Manuel! Sabes que si no saliera bien, la empresa caería en picado —dijo alterado el socio de su padre.
—Pero, ¿y si nos sale bien?… Tendremos el mayor beneficio de los últimos años. ¿Qué digo?… ¡De las últimas décadas! —le contradijo el padre de la chica, entusiasmado.
El desconocido se levantó del sofá y comenzó a dar vueltas por la sala con la mano en la barbilla, en busca de una decisión.
«A saber qué está buscando», pensó María.
Su padre permanecía sentado, sin perder la compostura y con la sonrisa propia de quien confía en que todo va a ir bien.
«No sé, Manuel… No me convence. Me da miedo que sea un fracaso —resolvió al fin el socio de su padre.
—¿Y qué es el fracaso? —le devolvió aquel reto a modo de pregunta.
María, que los observaba a través de la rendija que había entre la puerta y la jamba, se percató de cuán diferentes eran, aun dedicándose a lo mismo. Dos socios, un mismo proyecto en común y, sin embargo, dos personas distintas. El socio, cabizbajo, llevaba los hombros encogidos y el ceño fruncido. Parecía un perro a punto de huir con el rabo entre las piernas. María no quería pecar de prejuiciosa, pero pondría la mano en el fuego por que aquel hombre no era feliz. Intuyó que funcionaba como un robot, diseñado para hacer exactamente lo que se le ordena. Sospechó que le habían mandado estudiar una carrera, sacar buenas notas, tener aquel trabajo que le colmaba de riquezas y apostar por el éxito. Bajo ningún concepto —María estaba segura— se le permitía fracasar.
«Y así le va», pensó la muchacha.
Enseguida buscó con la mirada a su padre. Se le veía ilusionado con aquel proyecto, porque confiaba en que, si se hacía bien las cosas, podría ayudar a muchísima gente, según él le había comentado en más de una ocasión. Era un hombre apasionado, enamorado de su trabajo, todo lo contrario a un robot, porque no se dejaba manejar por nadie.
«Y así le va», pensó.
De pronto su padre se percató de que estaba detrás de la puerta. La invitó a pasar, pero María se negó con un gesto de cabeza.
—Acabo de recordar algo importante —dijo ella como excusa.
Volvió a su habitación, sacó un lápiz y un papel y comenzó a escribir:
«Luchar por cumplir tus sueños es tener éxito en la vida».