Francisco Javier Merino
Ganador de la X edición
Otro viernes en la Universidad de Tor Vergata, Roma. La clase de Estadística acaba de comenzar. Mientras abro la libreta, miro de reojo hacia la pared, adornada con frases motivacionales, como yo las llamo: «Si no arriesgas nada, arriesgas todavía más», reza en inglés una cita atribuida a Erica Jong. Una sonrisa me ilumina la cara. Seguramente a más de un Erasmus le habrá pasado lo mismo.
El frío ha llegado a Roma, pero me viene a la cabeza el calor de septiembre. Me recuerdo preparando la maleta de ropa mientras mi cabeza se llenaba de nervios y dudas: «¿Seré capaz de vivir un año por mi cuenta en el extranjero? ¿Y si no me gusta la experiencia?… En Roma no conozco a nadie. ¿Por qué no me quedo en Madrid, con mi familia y mis amigos?».
El profesor da la clase por concluida y el fin de semana da comienzo. Cojo el metro en dirección al Circo Máximo, paso por el Coliseo, por las Termas de Caracalla… ¡Roma, Ciudad Eterna! Telefoneo a mi padre para describirle la Américaque estoy descubriendo. Me entra la tentación de saludarle con «Hello». Griegos, rusos, brasileños, chinos, italianos… Con este panorama, el inglés se convierte en el pan nuestro de cada día.
Seguramente esta mezcolanza sea lo mejor que me está dando Roma. Desde que llegué he realizado realmente cuatro viajes por Italia, pero podría contabilizar cada quedada como una vuelta al mundo gracias a la cual conozco un poco más la sociedad brasileña, el fútbol ruso… ¡Incluso algunas palabras en griego!
Ya había vivido esta sensación en Vancouver. En aquella ocasión mi estancia solo se prolongó durante un mes, pero las dudas previas fueron las mismas, si no más… El miedo a viajar siempre está presente, pero tengo un miedo superior que me convence para coger el avión: el miedo a no hacerlo. ¡Cuánta razón tiene Erica Jong!
Vancouver fue mi primer destino sin familia ni amigos. Tenía 18 años. Hasta entonces no me había ido de casa, no porque no hubiera podido sino porque no había querido. Por mucho que mis padres me insistieran, yo me negaba a salir al extranjero. Ahora tengo la sensación de haber perdido tontamente unos cuantos veranos tomando el sol en la playa.
Viajar me ha enseñado muchas cosas: el valor del dinero, del trabajo, de las culturas, de las amistades a distancia, de mis amigos de Madrid, de mi familia… De lo que me ha dado y de aquello a lo que he tenido que renunciar al montarme en un avión. Pero, por encima de todo, viajar me ha enseñado que lo más arriesgado es no arriesgar.