Mónica Perea
Ganadora de la XIV edición
Cada paso que daba se marcaba en el suelo con una fina capa de hollín gris. Los cascos tapaban por completo sus orejas y llevaba la música tan alta que sus vibraciones retumbaban más allá de sí misma.
El sendero por el cual caminaba, a paso lento, era oscuro. Parecía ser de noche, pero la luna y las estrellas se encontraban ausentes. Iba sola, con los ojos inundados de lágrimas.
Si giraba la cabeza hacia la izquierda, podía ver un sendero paralelo lleno de color, por el que andaba ella misma, caracterizada por ser divertida y mantener una sonrisa. A simple vista se notaba que llevaba una vida cómoda y alegre.
Si alguien tuviera que contestar a la pregunta: «¿Ves alguna similitud entre las dos imágenes?», diría que lo único que compartían era que los senderos presentaban un abismo en los laterales, así como que quien caminaba por ellos eran la misma persona.
Aunque la primera mostraba un rostro sin expresión, con unos ojos vacíos, la segunda lucía una sonrisa radiante acompañada por una mirada llena de despreocupación. Ambas eran Sofía, una chica que la mayor parte del tiempo mostraba alegría, pero que había distorsionado la realidad por la falsedad en la que había decidido vivir.
Sofía era como las monedas: presentaba dos caras. Y a pesar de que cada una de ellas tenía el mismo valor, nadie había conseguido entrar en la más oscura.