Marta G. Tudela
Ganadora de la XIII edición
Muchas veces sentimos la necesidad de correr para no perdernos nada. Mientras tecleo estas palabras, lo estoy experimentando. En términos económicos, evaluamos continuamente el coste de oportunidad de nuestras opciones. Pero la vida no es una gymkhana, ni los sucesos que la acompañan obstáculos que deban ser sorteados con prontitud. No diré que en el Carpe diemestá la respuesta, eso suena a película. Tampoco que la slow lifesea una tendencia acertada, ya saben, que eliminemos los horarios y, con ellos, el orden al que estamos acostumbrados. Si existen es porque son necesarios. Por ahora nadie ha dado aún con una alternativa mejor para hacernos llegar puntuales al trabajo, a coger el tren o a hacer una visita a nuestros amigos.
Necesitamos vivir con unas pautas, sí, y ajustarlas a nuestro día a día, pero no al revés. Cambiar el «me voy, que llego tarde», por un «pronto volveré» es un buen comienzo. De hecho, poner el foco de nuestra energía en la agenda nos hace caminar erráticos cuando nos obsesiona cumplirla, pues no lograr poner un ticen cada gestión a menudo nos entristece, en lugar de permitirnos disfrutar de lo imprevisto. Por no hablar de cuando los planes no se cumplen, lo que nos hunde en la miseria en mayor o menor medida, según la manera de ser de cada cual.
“La calidad mejor que la cantidad”, es un mantra repetido, especialmente cuando se trata de asuntos relacionados con la ética y el arte. Pero acaso también en la vida, cuando incluimos una combinación de las dos. Desde el color del café de la mañana hasta una sonrisa son pequeñeces que nos pasan inadvertidas: comencemos a disfrutarlas. Si el ajetreo de este siglo no nos lo sugiere, seamos nosotros quienes salgamos a buscarlas, conscientes de que los detalles bien merecen nuestra atención, pues la vida (la VIDA con mayúsculas) se encuentra escondida en ellos.
La superficie, el todo, tan solo es pretexto para que existan los detalles. Pasar del punto A al B con prisa es como comer sin saborear o bailar sin sentir los pasos: hace que obviemos la mejor parte. Tengamos en cuenta que, ya que la multitud nos arrastra y una rutina acelerada conduce nuestros días, sin intención de echar el freno, nos toca el reto de vivir atentos a las pequeñas cosas. Es la única forma de asimilar el camino de la dicha.