Irina Galera
Ganadora en la X edición
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Viktor Panhys fue el vicepresidente de nuestra próspera nación. En Trasparencialandia no existían secretos entre políticos y ciudadanos, cuando en el resto de los países la información relacionada con el poder se considera asunto de Estado y se oculta a la población. Sin embargo, nosotros funcionábamos de manera diferente. O eso creíamos.
Por aquel entonces yo era diputadas en el Congreso. Mi posición no era privilegiada, pero tampoco insignificante. Me gustaba mi trabajo, acudir a las sesiones y participar en los debates. La retórica es lo mío.
Los diputados nos reuníamos en una gran sala revestida de madera y con suelo de mármol, que durante el invierno se cubría con espesas alfombras que hacían la estancia acogedora. Allí viví años inolvidables.
Cuando miro hacia atrás, siempre lo hago con cariño. Me encantaba escuchar las historias de Edgard “Caracemento”, a quien le llamábamos así porque tenía congelada la expresión facial, como si fuera un ser impasible. Me hacían mucha gracia algunas de las anécdotas de su vida, por ejemplo la de su cumpleaños, cuando abría los regalos y su familia no era capaz de saber si le habían gustado o no, o aquella en la que recordaba la noche que ganó una partida de póker sin haber jugado antes.
Otro de mis personajes favoritos era Viktor Panhys. A los once años había perdido un ojo a cuenta de un pelotazo. Desde entonces lo llevaba de cristal. Era un tipo fornido que daba la sensación de no haber usado un peine en la vida. De hecho, me pregunto si Viktor sabía de la existencia de los peines… Su pelo se mantenía enredado como si se hubiera peleado con un puma. Era un hombre curioso, y no solo por aquel aspecto de profesor de Filosofía que lleva noches sin dormir, si no por su mirada, seria, serena y calculadora a pesar de disfrutar de un solo ojo de verdad. Aunque en el trato era muy cercano y amigable, en las sesiones del Congreso lo veía mirar de un modo que parecía estar absorbiendo todo lo que se decía. Y pensé que aquello era una de sus virtudes.
Años más tarde supimos la verdad: su ojo de cristal era una cámara. Sí; Viktor era un espía que reportaba a un país vecino.
Cuando leí la noticia no pude dar crédito. ¿Por qué quería espiarnos aquel gobierno si para saberlo todo de Transparencialiandia bastaba con preguntar a cualquier ciudadano? Mis compatriotas lo sabían todo: nuestros planes, nuestras decisiones, el presupuesto del Estado… Pero entonces salió a la luz que Viktor celebraba reuniones privadas en el despacho de la presidenta. ¿Reuniones privadas?… ¿No estábamos en Transparencialandia? Y entonces lo comprendí.