Oda a la mejor maestra - Excelencia Literaria
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Oda a la mejor maestra

María Pardo

Ganadora de la XIV edición

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<<Ya sabes lo fuerte que es tu abuela; una luchadora, siempre sonriente a pesar de los achaques de su edad>>, fue la respuesta que dio mi abuelo César cuando le pregunté por ella, y no se me ocurre forma más tierna y certera de introducirla a mis lectores.

 

La mayoría de las abuelas son únicas y extraordinarias a los ojos de sus nietos. Pero basta con dar un paseo por Pamplona junto a la mía, para comprobar que ella es especial también para otras muchas personas ajenas a su familia: para la peluquera, el frutero, el panadero, las pescaderas y, por supuesto, sus vecinas. A todos se les ilumina la sonrisa cuando mi abuelita Mari les saluda.

 

¿Qué la convierte en alguien excepcional? Son sus ojos color cielo, de mirada profunda y serena; sus palabras suaves y justas, que transmiten calma a quien la escucha; sus manos, fuertes y a la vez delicadas, que construyen con amor el edificio de nuestra familia; su corazón manchego, que lo ha hecho grande para cobijar a todos; incluso su bastón, pasatiempo favorito de mis primos cuando van a visitarla y símbolo de su experiencia, debilidad y sabiduría.

 

En su juventud ejerció la enseñanza y hoy, medio siglo más tarde, sigue haciéndolo. Por ejemplo, con sus lecciones culinarias he aprendido que el ingrediente más sabroso con el que sazona sus plantos son las décadas que lleva cautivando el paladar de sus seres queridos. Me ha instruido para que el bizcocho se conserve esponjoso y a que las pochas alcancen su punto justo de cocción. En nuestras charlas vespertinas me da luces sobre la manera de preocuparme por los demás, la prudencia al dar buenos consejos, la escucha paciente cuando es oportuno. Tiene un repertorio infinito de refranes y admiro su cualidad para ver siempre el lado bueno de las personas y los acontecimientos, pues no se cansa de destacar las virtudes del prójimo y de disculpar los errores. Pero, sobre todo, de la abuela Mari aprendo a sonreír desde la sencillez.

 

Me conmueve el amor que une a mis abuelos, que a punto están de cumplir cincuenta y siete años de matrimonio. Qué dulce es el brillo de sus ojos cuando hablan el uno del otro, cuando nos cuentan anécdotas de su aventura compartida o de la familia que han cimentado. Es en esos momentos cuando más valoro lo afortunada que soy de tenerles.

 

Gracias, abuelita Mari, por ser la maestra más maravillosa del mundo.