Inés Arasa
Ganadora de la XV edición
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Hace años trabé amistad con un chico que rompió todos mis esquemas. Durante mucho tiempo no supe si conocerle fue un error o un acierto.
Aclaro que no fue una historia de amor de esas que cuentan las novelas; entre los dos solo hubo cariño de amistad, aunque de primeras pareciera imposible, porque éramos lo que se dice incompatibles. Él era apático y de pocas palabras, lo contrario a mí, que le contaba al detalle todo lo que me pasaba y con un entusiasmo poco común. Sin embargo, gracias a él me di cuenta de la primera realidad que amplió la frontera de mi burbuja: que se puede querer a alguien completamente diferente.
Con él descubrí la otra cara de la moneda, pues negaba lo que yo daba por supuesto y afirmaba aquello que yo creía imposible ver de otra forma. Afirmaba que la vida es igual a un rompecabezas, y que no se puede vivir sin averiguar todos y cada uno de sus misterios. Me llevó a lugares extraños y me contó cuentos que me hicieron replantear los planes que había trazado a lo largo de mi niñez. Ente otras cosas, logró que desapareciera el miedo que yo tenía a lo desconocido.
Él fue como una puerta a otro tipo de mundo, en el que no todo es perfecto, en el que hay que pelear por hacer realidad los sueños e insistir para conseguir lo que uno quiere. Un mundo en el que es necesario conocer bien a los demás para confiar en ellos, en el que todo significa a medias y para siempre se traduce en un hasta que me vaya bien. Un mundo en el que existe el hombre del saco (y no solamente uno).
No me fue fácil aceptar todo aquello que él me proponía. Al principio todo eran gritos y enfados entre nosotros, situaciones en las que nos pasábamos debatiendo hasta altas horas de la madrugada acerca de asuntos de los que ninguno de los dos sabíamos la verdad.
Me enseñó que las personas que se nos cruzan en la vida, aunque sea solo durante un breve periodo de tiempo, forman el universo en el que existimos. Que la gente no aparece porque sí y que cualquiera puede cambiarnos, ya sea para bien o para mal. En el caso de que sea para bien, me gusta pensar que esas personas son estrellas, porque nos iluminan el camino. Él fue una de ellas. Y ahora me doy cuenta.