El piano - Excelencia Literaria
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El piano

 

 

Nuria Torrubiano

Ganadora de la XV edición

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Un escalofrío le recorrió la espalda. Pequeñas gotas de sudor empezaban a surcarle el rostro, acariciándole en un leve cosquilleo. Sus manos, presas de un ligero temblor, agarraban con fuerza el papel que iba a definir su futuro.

 

Lo ojeó por enésima vez. Las cinco líneas negras que formaban el pentagrama se difuminaban ante sus ojos en una profusión de notas musicales. Bach no era su compositor preferido: le resultaba casi imposible manejar sus rápidos y barrocos movimientos, a los que debía sumar los nervios…

 

Se asomó desde la parte posterior del escenario cuando la última pianista abandonó la banqueta y, con porte elegante, saludó a una platea vacía, salvo por las mesas de los examinadores.

 

–¿Víctor Reyes?

 

Fue escuchar su nombre y sopesar inmediatamente la posibilidad de huir de aquel lugar, de abandonar el objetivo por el que luchaba desde hacía años. Sin embargo, dio un paso al frente y los focos le deslumbraron.

 

De manera mecánica, sin estar seguro de si debía saludar, se sentó ante el piano, que era de cola y estaba lacado en blanco. Posó sus temblorosas manos sobre las teclas y dudó por dónde debía empezar. Su mente estaba dominada por el blanco del instrumento.

 

De reojo vio la expresión impaciente de los cuatro jueces. Uno de ellos consultó su reloj. Se le acababa el tiempo.

 

Con una respiración agitada pulsó las que creyó eran las primeras notas de la melodía. Fue escuchar la voz del instrumento y recibir el asalto de un recuerdo: se vio en un centro comercial. Una luz tenue iluminaba los escaparates y apenas había nadie en el inmenso local. En medio del silencio de aquellos pasillos vacíos se topó con un piano de cola, también blanco, con la tapa cerrada, como si lo hubiesen olvidado.

 

Víctor volvió allí muchas tardes. Las primeras veces, mientras su madre terminaba su jornada en una de las tiendas, lo miraba con respeto. Después empezó a pulsar sus teclas, consiguió alguna nota y, más adelante, interpretó composiciones de sus pianistas favoritos.

 

El profesor de música del colegio le prestaba distintas partituras. ¿Fue Mozart quién afirmó su pasión? ¿Quizás Chopin?… Fuera quien fuese, Víctor convirtió la música en un sistema solar. El piano era el sol, y todo lo demás giraba a su alrededor…

 

Sus manos recorrieron el teclado a un ritmo vertiginoso. Había cerrado los ojos para disfrutar de todas y cada una de los acordes de la pieza de Bach. Al llegar al último trino, deseó con todas sus fuerzas que esa variación de dos notas no acabara nunca. Anheló quedarse para siempre atrapado en aquella música.

 

Se hizo el silencio. Víctor tuvo que entrecerrar los ojos, deslumbrado por los focos. Después distinguió la sorpresa que se había apoderado de los examinadores. Estaba desconcertado de lo rápido que había pasado el tiempo. Con torpeza salió del escenario para esperar en bambalinas el resultado de la prueba. Se sentía lleno de euforia por haber vencido el miedo. Eso sí, le intrigaba saber la razón por la que el viejo piano del centro comercial había llegado al teatro.

 

En cuanto se examinó el último candidato, Víctor se acercó a la mujer que coordinaba al Jurado.

 

—Hola… —le tembló la voz–. Quisiera preguntarle acerca del piano.

 

—¿Qué quieres saber?

 

–¿Por qué lo han traído desde el centro comercial?

 

–¿Cómo? Esta joya lleva aquí desde que lo fabricaron.

 

–Imposible… Si es aquel con el que yo solía practicar mientras esperaba a mi madre en el centro comercial.

 

La mujer le sonrió.

 

—Nadie lo ha traído desde allí, Víctor. Los pianos son meros instrumentos para que los elegidos fabriquéis algo mucho más importante: la música. Quienes sentimos pasión por ella no necesitamos nada más, pues vive en nosotros. Si no me crees, fíjate en que solo has colocado en el atril una de las diez páginas de la partitura “Preludio en Mi menor”.

 

Víctor consultó sus papeles, avergonzado.

 

–¿Te das cuenta? Sólo un artista puede estudiarse semejante composición, tan compleja, para tocarla después con los ojos cerrados.

 

–Pero, ese piano…

 

–No insistas –le retó con la mirada–. Y que sepas que te has ganado la beca.