Francisco Javier Merino
Ganador de la X edición
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Cuenta la mitología griega que hubo un rey llamado Midas, al que Dioniso le otorgó el poder de convertir en oro todo lo que tocara. Sin embargo, lo que parecía iba a ser un don que le reportaría la plenitud, pronto se desveló como una maldición mortal, pues todo lo que Midas tocaba –incluida la comida– se convertía en frio metal. Por tanto, para poder sobrevivir el rey tuvo que renunciar al regalo de sus manos áureas.
La obsesión de Midas por el oro se ha transformado, con el paso del tiempo, en la obsesión por el tiempo. Ciencia y tecnología son nuestro particular Dioniso. Mientras la primera va aumentando considerablemente nuestra esperanza de vida, son más efectivas las máquinas que logran reducir el tiempo que empleamos en tareas que antes ocupaban buenos tramos de nuestro horario.
Como resultado, cada vez somos más ricos en tiempo libre. Aparentemente… Porque quizá esta disponibilidad sea cuestionable. Si medimos la riqueza por cantidad, es evidente que Midas sale ganando, pero si la medimos por parámetros de calidad… En la Alemania de entreguerras, el marco llegó a devaluarse tanto que por muchos millones que un alemán tuviera almacenado, seguía pasando penurias. En paralelo, los hombres de hoy devaluamos el tiempo cada vez que realizamos una cuenta atrás. Cuentas atrás para que llegue el fin de semana; para nuestro cumpleaños, para las vacaciones…
La pandemia del coronavirus ha puesto fin a los días de miles de ancianos. Sin embargo este drama no ha logrado que los más jóvenes valoremos el caudal de tiempo del que disfrutamos, pues nos hemos dejado llevar por una nueva cuenta atrás: la del desconfinamiento. Leyendo distintos comentarios en las redes, muchas personas hubieran preferido hibernar durante los últimos meses, semanas que, sin embargo, hemos tenido a nuestra disposición para practicar aficiones, descubrir otras nuevas, hacer deporte, aprender algún idioma, estrechar vínculos familiares…
Los millennials tenemos el síndrome del rey Midas. Cada vez disponemos de más tiempo, pero en no pocas ocasiones lo convertimos en una desgracia. La solución, claro, no pasa por renunciar a nuestras “manos de oro”, como hizo el rey mitológico, pues debemos aprovechar y disfrutar de cada minuto. No se trata de convertir el tiempo en oro, que más allá de la metáfora es lo mismo que convertirlo en nada, sino en momentos que recordar, en aprendizaje continuo, en hábitos saludables… y, sobre todo, en felicidad.