Alejandro Caicedo
Ganador de la XII edición
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Toni decía que el mejor don con el que la vida te puede obsequiar, es darte cuenta de cuándo cambia una era y comienza otra nueva. Según él, las ventajas eran innumerables:
–Si consigues usar bien tus presentimientos, tendrás más poder que cualquier superhéroe.
Reconozco que lo del cambio de las eras y la caída de los imperios me daba más sueño que curiosidad, por eso nunca le pedí una reflexión más extensa, que sin duda él habría desarrollado con la nitidez y la impunidad que emanan de un discurso premeditado. Por cierto, Toni me caía muy bien. Y también su familia.
A pesar de que decía y escribía casi todo lo que pensaba, nunca me hice una idea clara de qué despertaba tanta pasión en él. Según mi madre, antes de acabar el bachillerato se despierta en los jóvenes un picor político que dura –más o menos– hasta tres meses después de haber conseguido el primer trabajo. Aún así resultaba complicado encasillar a Antonio en alguna de las corrientes políticas de aquel tiempo en el que preparábamos la Selectividad.
Toni defendía aspectos muy concretos de un partido político, que complementaba bizarramente con otros de una formación opuesta. No le gustaba el fútbol, pero nos acompañaba a verlo en los bares de la plaza. Se sentaba junto a nosotros y disfrutaba de los debates deportivos con la diversión que suscita un compadre acalorado por algo insignificante. Pero cuando se metía con aires de pacificador en nuestras revueltas con motivo de la Champions, le recordábamos de mala gana que aquello no era su mundo.
–A mí sí que me gusta el fútbol. Es imprevisible y agradable. Pero no soy de ningún equipo. Por eso no me altero como vosotros, becerros.
–Anda… Tira a pasear –le contestaba alguno de los damnificados del equipo perdedor.
Una vez, cuando volvíamos solos de las clases de refuerzo para el Selectivo, volvió a explicarme lo sencillo que es darse cuenta de qué pasará en el futuro si sabes qué página del pasado consultar
–Ahora hay muchos países a los que tener en cuenta y existe la ONU y todo eso –apunté, con curiosidad por la página que pudiera descifrarnos el tablero mundial que teníamos en 2017.
–La ONU es la heredera de la Sociedad de Naciones, y no quieras saber cómo acabo aquello… -me respondió con una sonrisa sincera. Esa era la actitud que me hacía sospechar que o no se tomaba sus afirmaciones en serio, o no quería hacerlo–. Además, antes de aquello en el mundo hubo cientos de reinos fragmentados, lo que no evitó nunca el conflicto; tal vez al contrario.
–Los reyes del pasado también resolvían las cosas entendiéndose entre ellos.
–Es verdad. Igual todo se calma si el hijo de Trump se casa con la hija de Xi Jinping.
No tuvimos ninguna otra conversación de ese tipo. Después de la Selectividad y del viaje de fin de curso a Mallorca, recogimos cada cual su calificación y decidimos, también cada cual, hacía dónde dirigirnos. La mayoría de los amigos nos quedamos en Valencia, unos pocos se marcharon a otra provincia y otros salieron de la comunidad. Toni fue uno de ellos: se matriculó en la facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Complutense, en Madrid. De cuando en cuando nos escribía por el grupo de wasap que le gustaba más la capital que la costa, y que allí iba a establecer su hogar para los restos.
–¿Qué hay de Antonio? –le preguntaba yo a su hermana pequeña cuando la veía en la calle de las Cortes.
–Está bien. Vendrá para las Fallas.
–No es tonto el chico, no -le sonreía.
Cuando llegaba, su madre nos invitaba a comer. Aunque Toni nos contaba cómo le iba en la Universidad, digamos que no se explayaba más allá de lo convenido en estos asuntos. Después, cuando nos quedábamos solos con él, nos narraba sus experiencias con alguna compañera y con la dependienta del estanco que había en la acera de en frente a su piso compartido. Pero ya no hablaba de sus presentimientos geopolíticos: se había esfumado su fervor por aquellos asuntos intangibles, ajenos a nuestra cotidianidad. De hecho, no parecía el mismo, pero tampoco nos preocupaba, pues pensábamos que los días en los que había que rendir cuentas por aquello en lo que creías, se habían quedado en los libros de Historia, de nuestra historia personal. Que a Toni le gustase nadar en la sucia piscina del debate político no nos molestaba en absoluto, por eso tampoco nos suscitó gran sorpresa que en su experiencia fuera de los límites de Valencia hubieran mermado esa querencia.
Eso era, al menos, lo que creíamos.
Hace dos meses fui a comer a casa de Gabriel y hablamos de Antonio muy por encima. Hasta ahora, lo único que podemos decir para no sentirnos peor es que nadie vio venir aquel suceso. Pero con la perspectiva del tiempo, cada día que pasa me resulta más claro que si no nos dimos cuenta fue porque tampoco nos interesaba. Ni nos interesaba lo que ocurría en el Congreso ni cómo informaban al respecto las televisiones, las radios y los periódicos.
Probablemente fue mucho antes, aunque sospecho que Antonio emprendió aquel accidentado camino dos o tres años después del gran encierro. La recesión había dado pie a que la elección y reelección de candidatos populistas se asentase a lo largo y ancho de Europa. Cada país tenía en su Parlamento a un buen puñado de formaciones políticas que apostaban firmemente por dar la puntilla la Unión Europea. Toni, por su parte, participaba activamente en las asambleas y manifestaciones que se organizaban en apoyo al fin de aquella gran coalición.
En ese momento no me importó si Europa estaba a punto de naufragar. Tenía la sensación de que cada país hacía lo que le convenía por recuperar el empleo. Estados, gobiernos, partidos, empresas, personas… se aprovechaban la situación para medrar. De hecho, bastó una lluvia de promesas de estabilidad económica y orden social para que unos engañaran a una mitad del continente y otros a la otra. Hasta que se disolvió todo lo que llevábamos construido desde hacía cincuenta y siete años. La caída fue estruendosa y ampliamente celebrada por los instigadores y beneficiados del nuevo panorama de aislamiento y cierre de fronteras. Si primero comenzaron a ignorarse, pronto los Estados comenzaron a conspirar.
Hubo alianzas entre países y durante unos años la situación fue confusa, pues los nuevos bloques no respondían a afinidades políticas, económicas, culturales ni religiosas. Solo se explicaban por la fabricación de un enemigo común, lo que precipitó la vuelta de rencillas que llevaban décadas empolvadas. Las que fueron grandes potencias europeas habían convertido su grandeza en términos de inestabilidad. Pero lo más grave fue que los dirigentes europeos no hicieron nada para apaciguar aquellas tensiones entre naciones.
Fueron estallando guerras que se habían ido preparando desde hacía décadas, a las que nuestros gobiernos enviaron voluntarios de uno u otro bloque. Al principio aquellas contiendas estallaron lejos de Europa. Fue a finales de un otoño cuando nos enteramos de que Toni había partido hacia uno de eso países.
–¿Qué se le habrá perdido tan lejos? –nos preguntábamos.
–Las autoridades le han nombrado asesor –un día me descubrió su hermana.
Nunca más supimos de él. Sinceramente, no nos habíamos hecho ilusiones de volver a verle. Las noticias que nos llegaban desde el frente en el que cumplía su función, me recordaban a las historietas dramáticas que había escuchado de boca de mis abuelos.
Un día a la hora de comer, el telediario pasó unas imágenes de una caravana migratoria de más de un millón y medio de personas. Hubo un momento en el que el reportero que informaba de aquel éxodo dejó de hablar. No sé si fue una decisión voluntaria que dejase su micrófono abierto. Escuché los pasos cansados de aquella pobre gente. Entonces me acerqué al televisor todo lo que pude, para barrer con los ojos cada rostro que aparecía en la pantalla.
Me aterra asegurar que en todos ellos distinguí los rasgos de Toni.