Ganadora de la XV edición
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Elisa es una obsesa del control. Su vida se rige por listas y horarios que se ha autoimpuesto. Todos los días la misma rutina: el mismo trayecto de ida y vuelta en el mismo autobús, de lunes a viernes, incluso el fin de semana. Cocina los domingos, siempre el mismo menú, que come a la misma hora durante toda la semana.
Hace poco se ha dado cuenta de que le tiene pavor a la improductividad. Por eso escucha los podcasts dos veces más rápido (aunque eso implique no entender algunos fragmentos), y entrega los trabajos y presentaciones que le piden en la universidad con semanas de antelación. Se podría decir que rinde culto a los calendarios, ya sea el de su agenda o el del ordenador.
Intenta, intenta e intenta revertir las leyes de la entropía con sus propias manos, solamente para demostrar que tiene el control de todas las cosas. Hasta que lo pierde, lo que le sucede también con frecuencia.
Cuando Elisa pierde el control, engulle cantidades ingentes de comida basura que no apunta en su diario de calorías consumidas. Cuando frota su rostro, araña y estruja con tanta fuerza que en lugar de eliminar las impurezas, acaba haciéndolo sangrar. También entonces deja que las llamadas perdidas se acumulen sin remedio en su teléfono, hasta desbordarlo, y que la ropa en su cama y los papeles en el suelo conviertan su habitación en un paisaje de guerra tras un bombardeo.
Cuando la gota colma el vaso, Elisa se esfuerza con más intensidad por ser una máquina; su humanidad grita lo más fuerte que puede.
Pero hace poco que se ha dado cuenta de que cuando se deja llevar por la monotonía, cuando reduce su vida a una serie de tareas perpetuas, abandona todo su disfrute, como si se perdiera lo mejor. Cuando cae en el error de hacer en vez de ser, a su existencia le faltan todos los porqués.
Quizás Elisa no esté todavía lista para encontrar una respuesta con la que regresar a la joven que fue, despreocupada y sonriente.