Tip, tap - Excelencia Literaria
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Tip, tap

Juan Pablo Otero

Ganador de la XVI edición

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Tip tap

Miles, millones de tips y de taps.

Levantó sus entumecidas manos, cubiertas de agua embarrada.

Tip tap… tip, tap…

El cielo era una enorme manta grisácea que cubría el campo, de la que se desprendían gotas de agua. Las gotas cargaban valientemente contra la tierra, y la lluvia la disolvía, convirtiéndola en lodo.

El agua fue anegándolo todo. Si hubiese podido, habría transformado el paisaje que había alrededor del soldado en un océano que reflejaría la muralla de nubes grises.

El goteo se convirtió en una lluvia torrencial.

Tip, tap.. tip, tap…

Una explosión lo sacó de su trance. Instintivamente comenzó a buscar algo en el lodo, pero sus esfuerzos resultaron inútiles.

<<¿Fue un rayo?>>, se preguntó. No lo sabía.

Un ensordecedor zumbido lo atormentaba. El trueno aún retumbaba en su cabeza. Estaba tan extenuado que consideró tomarse una siesta. Solo habría tenido que evitar los alambres de púas dispersos por el cráter. Aparte de eso, desde su perspectiva nada más le impedía descansar.

Al cerrar los ojos, unas partículas de tierra se desprendieron de sus párpados. Y aunque ya no las sentía, las gotas de lluvia seguían rompiendo sobre su cara, llevándose el barro para mostrar arañazos y heridas.

Sin preámbulos, un hombre llegó al cráter. Iba provisto de un grueso bastón. Tras agacharse, comenzó a gritarle. Lo que decía le resultaba incomprensible. Entonces el lo sacudió desde las solapas sin dejar de chillarle. Notó la desesperación en sus gestos hasta que el hombre, decidido, soltó su bastón para darle una cachetada tan fuerte que le limpió el barro de un lado del rostro.

Tip, tap… Tip, tap… Tip, tap…

«Incluso el agua, que puede moldear el paisaje a su gusto y voluntad, tiene un rival. Cuando las nubes desaparecen del cielo y el sol las reemplaza, empieza a sufrir una lenta y dolorosa derrota. El sol se alza en el centro del mundo y observa la Tierra, desdeñoso, desde lo alto».

El soldado se percató que el hombre del bastón ya no estaba. Justo en ese momento escuchó el silbato distante de su teniente.

–¡Avancen, mis valientes soldados!… Esa es la última trinchera. ¡Por el rey y la patria!

El cadete recuperó la razón, se incorporó y tanteó el lodo para buscar su rifle, pero no lo encontró. Sus camaradas cargaban con las bayonetas fijadas en la punta de sus rifles. Todos avanzaban muy rápido. Una fuerte necesidad de seguirlos lo impulsó a moverse. Tanteó de nuevo el charco, del que sacó un palo robusto con el que se dirigió a la trinchera enemiga.

Avanzaba velozmente entre ráfagas de balas. El único obstáculo que se le presentaba eran los fuertes soplos del viento, que azotaba la lluvia contra sus ojos. Pero no se detuvo. Las explosiones de artillería iban formando nuevos cráteres, en los que a veces trastabillaba.

La trinchera enemiga estaba a solo unos metros del soldado. Algunos de sus compañeros ya la habían alcanzado, pero otros caían a su lado, heridos o muertos.

Un enemigo levantó su arma y le apuntó a la cabeza.

Se escuchó un suave cling en su casco. Y cayó al barro. Todo se volvió oscuro.

Tip, tap… Tip, tap…. Tip, tap… Tip, tap… Tip, tap…

Despertó en el mismo lugar donde había caído. De manera instintiva, se llevó la mano a la cabeza, se quitó el casco y, con asombro, descubrió que la bala no lo había atravesado. Uno de sus camaradas lo vio. Al darse cuenta de que estaba vivo, corrió hacia él.

–¿Puedes oírme?

Pasó sus manos por la tierra; estaba seca. Miró al cielo, despejado y con el sol en todo lo alto.

 

(Juan Pablo Otero)