Esther Castells
Ganadora de la III edición
www.excelencialiteraria.com
14 de febrero, San Valentín: reclamo comercial para unos, celebración para otros. Ese día del calendario produce parecidos efectos a los de la Navidad: una explosión de letreros luminiscentes y campañas edulcoradas, que instan a vivir el amor con mayúsculas. Y me resulta llamativo por poner el acento en esa fecha determinada, como si la entrega mutua únicamente debiera demostrarse ese día, o como si por ser 14 de febrero tuviera mayor validez que los trescientos sesenta y cuatro días restantes. Pero es la suma de todo esto lo que me parece significativo.
A tenor de lo dicho, podemos distinguir dos categorías: los solteros y aquellos que tienen una relación amorosa. Cuando perteneces a la primera, eres el invitado impar en comidas y reuniones sociales, la oveja negra. Además, existe cierta presión subyacente cuando a partir de cierta edad el soltero no está “emparejado”, como si estuviera desubicado, lo que le hace un desventurado. De este modo, el soltero puede llegar a sentirse como el patriarca de “El último mohicano”, pero sin banda sonora en su desdicha.
No pretendo hacer apología de nada, pero estoy harta de los estereotipos: ni todos los noviazgos y matrimonios son un paraíso ni todos los solteros estamos en rincones tristes. Las categorías sirven para distinguir, no para discriminar ni definir. Los estereotipos no dejan de ser, al fin y al cabo, ideas preconcebidas, prejuicios más o menos sofisticados. Parafraseando a Tolstói, <<Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo>>, lo que resulta aplicable en este siglo –en el tema que me ocupa– tanto a solteros como a parejas. Como en una moneda, toda vida tiene dos caras. Nada es perfecto, ni de un lado ni del otro.
Y entonces llega la gran pregunta: <<¿Solo o acompañado?>>. No tengo una respuesta; tampoco lo pretendo. Pienso que hay que recorrer el camino y disfrutar del viaje de la vida, sea de una u otra forma. En cualquier caso, afirmo rotundamente que hay algo peor que estar solo: sentir que lo estás cuando vives en compañía.
El verdadero amor comienza por la autoestima, eso que llamamos amor propio. La individualidad también importa. Es lo que te define: tu identidad, que es tu esencia, en definitiva.
En honor al romance pensaré en Edward Rochester tropezando con Jane Eyre por un camino solitario. Ellos demuestran que el amor puede aparecer de la forma más insospechada, cuando menos lo esperas. Y cuando llega, citando a otro gran escritor, <<tiene fácil la entrada y difícil la salida>>.
Cervantes dio en el clavo. Además de genio, era un romántico. Como todos, en el fondo.