Yakira Esparza, 17 años
Ganadora de la XVII edición
Los niños no necesitan grandes incentivos para ser felices; la propuesta de un simple juego de mesa o de una salida al parque son suficientes para que se les dibuje una sonrisa. Al fin y al cabo, estas pequeñas propuestas son de su mismo tamaño. Sin embargo, a los adultos se nos ha olvidado la importancia de esas cosas pequeñas.
Jugar es, para los niños, más que saludable, pues exploran el mundo, utilizan los sentidos, experimentan, aprenden a resolver distintos problemas y desarrollan su imaginación. Un niño que juega mucho tiene altas probabilidades de convertirse en un adulto con una sana capacidad de adaptación.
Sin embargo, nuestros pequeños cada vez tienen menos oportunidades para jugar, pues vienen al mundo con una agenda bajo el brazo. El colegio, los deportes y el resto de las actividades extracurriculares, como la música y los idiomas, ocupan todo su tiempo. Sé que son actividades importantes para su desarrollo, pero el juego no debería quedar atrás. Por eso me entristece ver cómo las pobres criaturas van de actividad en actividad, hasta que no les queda tiempo ni ganas de jugar.
Jugar es una actividad sana y divertida, que conduce a una infancia feliz y favorece el desarrollo intelectual. Es de suma importancia que las familias entiendan el valor que tiene, pues jugar es aprender. Aprender a ganar y a perder, a compartir, a lidiar con retos y a resolver conflictos.
Deberíamos dejar de pensar en los niños como si fueran adultos que ya están hechos. Desarrollar su inteligencia y sus habilidades académicas es importante, pero sin apartar el lado creativo del desarrollo ni las habilidades sociales.
La infancia, como cualquier otra etapa de la vida, tiene que ser respetada. De lo contrario estaremos dando pie a una generación estancada, adultos sin ningún tipo de desarrollo emocional, como si de robots a medio configurar se tratasen.