La verdad sobre el Monzón - Excelencia Literaria
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La verdad sobre el Monzón

Nacho Barrón

Colegio El Prado (Madrid)

Ganador de la XVII edición

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Cuando el planeta era joven y los hombres vivían del trabajo de la tierra, Monzón oyó quejarse a sus vecinos de que el sol estaba quemando las cosechas. Tras meditarlo, encontró la forma de solucionarlo: aquella noche, mientras todos dormían, salió a buscar al sol, al que encontró dormido en una cueva. Aprovechando que sus llamas descansaban, lo cogió con cuidado para que no se despertara y lo lanzó al firmamento. Así podría seguir dándoles luz y calor, pero sin arrasar las siembras.

Al amanecer, cuando todos vieron que el sol resplandecía en el cielo, gritaron de alegría. Quisieron averiguar quién había sido el responsable de aquel cambio, para celebrar una fiesta en su honor. Mas Monzón no se descubrió, pues era humilde y no quería nada a cambio de su trabajo. No sabía que un agricultor, que de noche había ido a buscar leña, le había visto lanzar el sol y que lo comunicó a la aldea, y esta a los pueblos vecinos. Poco a poco la Tierra entera conoció la hazaña y le comenzaron a llamar Monzón el salvador.

Al cabo de unos meses, la felicidad de los hombres se desvaneció, pues el sol, por estar tan alto, ya no evaporaba el mar, ni generaba nubes que regaran la tierra. Acudieron a Monzón, que de nuevo accedió a ayudarles. Esa misma tarde se acercó al río y le pidió que se expandiera para regar los cultivos, a lo que el río se negó, pues tenía que fluir por un cauce muy accidentado para llegar a los campos de labor y no le gustaban las emociones de cascadas, rápidos y curvas pronunciadas. Monzón, ante semejante tozudez, empezó a lanzarle piedras hasta que desbordó su cauce, que se expandió hasta anegar las cosechas. Así el río descubrió que un poco de emoción le alegraba la corriente. Pero como Monzón había tirado demasiadas piedras, el agua se llevó por delante la cabaña del jefe de la aldea.

Mozón sintió un gran dolor. Por si fuera poco, perdió su título de el salvador y dejaron de pedirle socorro. Era un paria. Peor… ¡un asesino!. Le sorprendió la rapidez con la que las faltas tapan a las buenas obras. Nadie recordaba cómo les había salvado de la ira del sol y de la falta de agua.

Estuvo vagando por el mundo largo tiempo. Los que se cruzaban con él no le dirigían ni la mirada. Defraudado de los hombres, subió a una montaña para retirarse, porque su vida había perdido sentido. Cuando se encontraba al borde de la muerte, oyó unas voces: eran el sol y el río.

–Monzón –habló el sol–, con nuestra colaboración podrás ayudar de nuevo a los hombres.

–Quizás no sepas que les asola una terrible sequía –intervino el río–. Ni el sol, ni el mar ni yo damos abasto. Te necesitamos.

Monzón maquinó un nuevo plan. Les pidió al sol y al río que le convirtieran en viento.

–¿Qué es viento? –preguntó el río.

–Aire en movimiento –le ilustró Monzón–. Así podré desplazar a las nubes hasta donde los hombres las necesiten, para que lluevan sobre los campos durante semanas. Pero como trasladar nubes es una ardua labor, necesitaré descansar el resto de los meses, convertido en brisa que aliviará el calor.

Río comunicó a los hombres el sacrificio de Monzón, que para ser viento había sacrificado su cuerpo. Estos, en agradecimiento y disculpa, llamaron a la época de las lluvias con su nombre.