María Pardo Solano
Ganadora de la XIV edición
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Todo estaba a punto: el camino largo y arenoso, las posadas repletas, el pastorcillo cojo, los pañales de tela y la mula, muy quietecita, en una esquina del portal -nunca entenderé porqué escogió Dios un animal tan flaco y viejo; ¡con la cantidad de mulas jóvenes y rechonchas que hay en Judea! -.
A la primera Navidad solo le faltaban dos detalles.
Primero: necesitábamos una estrella. Pero no valía un astro cualquiera; tenía que ser el más grande y luminoso, para que los Reyes, los pastores y la Creación entera pudiesen distinguirlo entre el resto de luceros. Segundo: un carro. Pero no un carro cualquiera: tenía que ser un vehículo digno del viajero al que iba destinado, elaborado a mano por un carpintero enamorado de su trabajo.
Lo de la estrella no tardó en solucionarse. Fue idea de María ceder un trocito de su corona para alumbrar la noche. Reconozco que fue la estrella más preciosa que he visto nunca: ¡desprendía una luz tan brillante!… Qué grandes ideas tiene siempre María, y qué buena y generosa es nuestra Madre.
En cuanto al transporte para llegar a Belén, José halló la solución: como no le daba tiempo a fabricarlo, me eligió a mí para sustituir al carro, a pesar de que a veces soy un poco burro. De este modo, el Niño del artesano viajaría en una talla elaborada por sus propias manos.
Ahora sí, todo estaba a punto: el camino largo y arenoso, las posadas repletas, el pastorcillo cojo, los pañales de tela, la mula, la estrella de María -¡dulce María!- y yo, con este carácter mío tan cabezón, propio de los jumentos, listo para caminar.
Por fin gritó sonriente mi Dios:
–¡Que se abra el telón del mundo!