María Pardo Solano
Ganadora de la XIV edición
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Khij era el terror del Reino. No se arrugaba ante nada ni nadie; era un ser vil y despiadado, fuerte como un oso y veloz como un tigre.
Al igual que los búhos, actuaba entre la puesta y la salida del sol. Las noches sin luna eran sus favoritas, ya que entonces podía respirar el miedo de los animales que vagaban como perdidos en la oscuridad. Durante el día se refugiaba en una caverna, lejos de la luz y la alegría del bosque, del canto del petirrojo y de los juegos del gorrión.
Una mañana le despertó un ruido molesto que venía del exterior. Era como si mil pájaros carpinteros estuvieran talando el mismo árbol, o como si los truenos se hubiesen puesto de acuerdo para estallar a la vez. El estruendo se hizo tan insoportable, que Khij no tardó en revelar su poca paciencia. La exasperación provocó que se le hinchasen las venas y se le acelerase el pulso. Se le tensaron los músculos y rechinaron sus colmillos, hasta que su furia acabó por desatarse:
–¡Basta! –gritó desde las tripas de la cueva–. ¡Silencio! –vociferó al tiempo que echaba a correr hacia afuera.
Al salir de la gruta advirtió que era la primera vez que se exponía al sol. Se vio obligado a entornar los párpados ante la luminosidad, lo que aumentó su cólera:
–¿Dónde estás, pedazo de memo? –retó al causante del ruido mientras rastreaba el entorno en su búsqueda– ¡Ven y déjame que te coma!
Estaba cruzando un extenso claro entre los árboles, cuando sintió una presencia a sus espaldas. Se giró con brusquedad para descubrir de qué se trataba. Entonces vio una figura enorme y negra como el carbón. Medía casi tres metros de alto, y sus movimientos eran toscos y violentos. Además, tenía las garras afiladísimas. Khij retrocedió unos pasos, y toda su furia se convirtió en terror. Ante un adversario de tales características, solo le quedaba huir para evitar que le lastimara.
Echó a correr presa del pánico, alejándose bosque adentro. Corrió y corrió durante meses, hasta que terminó por desplomarse en los confines de aquel lejano Reino.
La noticia no tardó en difundirse entre la fauna silvestre. Khij el Terrible, la criatura más temida de la Tierra, había sido vencido por una realidad que desconocía: su propia sombra.