Claudia García Plaza
Ganadora de la XVII edición
Puedes tomar tu ordenador, abrir un procesador de textos y escribir una novela como las que inundan el mercado. Te considerarán un buen escritor, quizás el mejor. Triunfarás.
La trama tendrá que ser la que espera el lector y tus personajes, planos, inverosímiles y estereotípicos. No tienes ni que esforzarte en que unas palabras hilen con otras, ni que haya un ritmo bello. ¿Para qué? Basta que narres tu obra como si de una redacción escolar se tratara, incluyendo justo esos temas que las editoriales están interesadas en publicar. Total, la literatura ya no se considera un arte. Es sólo un producto comercial.
Me asombra que los escaparates de las librerías se vistan con novelas que, aunque distintas, parecen ser siempre la misma. Basta consultar su contraportada: <<Chico malo conoce a chica buena. Ella le cambia mágicamente la manera de pensar. Se enamoran. Fin>>.
No es un mal argumento. Hay que reconocer que las primeras veces que se lee una novela de esta clase, al lector le gusta. Pero después de haber leído la misma historia en cientos de títulos diferentes, todos firmados por plumas distintas, cansan. Sin embargo, las editoriales ya no publican otra cosa. Saben que esta fórmula da buenos resultados. Así que proceden a sacar a la venta todo manuscrito que tenga estas claves y llegue a su poder. No importa la manera en la que esté escrito, su calidad, la intención comunicativa, con tal de que sea exactamente igual a los trece títulos anteriores de su catálogo. Funciona. Se vende. Hay beneficios extraordinarios.
Es cierto que estas novelitas de amor no con, ni mucho menos, el único género literario que copa el mercado, pero sí es el más vendido y el único que se publicita. Y los autores que pueden ganarse la vida de esta manera, participan de él.
No me malinterpreten, no desprecio la narrativa romántica, pues demuestra que, a pesar de todo, el amor es un anhelo universal. Pero esto no es óbice para no denunciar con vehemencia que el sector del libro lo haya puesto de moda, de manera que cualquier persona que escriba una historia de poca calidad con esta clase de argumentos, la publicará y, peor aún, se hará llamar artista.
¿Quién oferta hoy una novela que haga reflexionar al lector, que busque reflejar las luces y sombras de la realidad? Los pocos que aún quieren vivir con verdad, frente a aquellos que solo buscan trabajar sin descanso y existir a toda velocidad, sin preguntarse qué merece la pena. Si queda tiempo entre tanto trajín, parece preferible leer algo que no aporte nada, que no comprometa, que sólo llene el tiempo, que sea sencillo y sin ambición.
Son muy pocas las personas de mi entorno con las que puedo charlar de la literatura de Arturo Pérez-Reverte, Alice Walker o Baudelaire. Ni siquiera les suenan estos nombres. ¡Qué lástima! Parece como si a los jóvenes no les interesara lo que los grandes escritores tienen que decir. Es necesario recalcar que un escritor no es cualquier individuo que relata unos hechos en oraciones más o menos coherentes. Debe aportar lo que cree con cierta maestría, para que sus palabras remuevan las mentes y los corazones de quienes disfrutan de ellas.
Una novela no tiene por qué convertirse en arte, pues no basta plasmar la misma historia en un centenar de hojas para decir que se trata de literatura. Lo artístico exige análisis y creación; repetir una vez tras otra un argumento que otro ha ideado, sin contemplaciones, no conduce a nada.
Claudia García Plaza