Mónica Montero
Ganadora de la XIV edición
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A todos nos ha pasado alguna vez, que olvidamos dónde hemos puesto las llaves o el móvil. También nos olvidamos de la mayoría de las situaciones o hechos vividos. Sin embargo, hay momentos que, por mucho tiempo que transcurra, nunca dejarán de ocupar un lugar en la memoria.
Hace menos de un año me subí a un avión con destino a Nueva York, a donde me trasladé para vivir un esperado intercambio universitario. Desde pequeña soñé con pasar un largo tiempo en esa gran metrópoli. Quería estudiar y trabajar allí. Quería convertirme en una neoyorquina más. Quería sentirme como la protagonista de Desayuno con diamantes, perderme como el niño de Solo en casa y visitar el escenario de Noche en el Museo. Había anhelado tanto ese momento que, al comenzar las maniobras de aterrizaje y contemplar los rascacielos a lo lejos, las grandes avenidas y, más tarde, aquel ajetreo de la ciudad y los vapores del metro… me costó creer que aquel sueño que tanto deseé se había vuelto realidad.
Como muchos jóvenes, me he sentido desanimada, con momentos en los que creí que nada tenía sentido. No tenía ganas de estudiar, no me apetecía salir a la calle ni pasar tiempo con mis amigos. Mucho menos, planificar el futuro. Me convencí, ¡tonta de mí!, de que no valía para nada. Pero al ver que Nueva York me daba la bienvenida, un escalofrío de emoción me recorrió el cuerpo. Entonces supe que aquello era el logro de un proyecto que hasta entonces había estado muy lejos de mi realidad. Ya no era una fantasía de la niñez, sino una experiencia irrepetible. Aquellos meses me hicieron ver que vale la pena luchar por conseguir aquello que anhelas, aunque no sea fácil.
Qué hubiese pasado si hubiese tirado la toalla. Desde luego, me hubiese perdido el disfrute de tomar unos cafés ante la estatua de la Libertad, no hubiera padecido el frío de las mañanas de camino a la universidad, no me hubiera perdido por las venas infinitas del metro que recorre la Gran Manzana. Tampoco hubiese creado nuevas amistades de todo el mundo, porque Nueva York es la nueva Torre de Babel a la que se dirigen todos los caminos, también el mío.
Hay experiencias que no son como encontrar las llaves o teléfono, apenas un chispazo de rutina, sino que te muestran que la vida es un viaje fascinante por el que merece la pena apostar.