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Volver

Francisco Javier Merino

Ganador de la X edición

www.excelencialiteraria.com

Es marzo, y un granadino “exiliado” vuelve a su ciudad para pasar el fin de semana. Mientras el autobús se aproxima a la estación, en la radio suena Joaquín Sabina: “Que al lugar donde has sido feliz/ no debieras tratar de volver…”.

Los árboles todavía no han florecido. Sin embargo, por primera vez desde que empezó el año, el sol irradia con fuerza primaveral, iluminando el pasado y la memoria, y desempolvando el baúl de los recuerdos.

Un baúl repleto de horas de fútbol con los amigos en el patio del colegio, de tardes en los bosques de la Alhambra junto a la familia, de domingos alimentado a las palomas con los abuelos, que descansan en un cementerio que esta mañana aparece luminoso en sus olivos y cipreses. Toda Granada irradia una extraña sensación de felicidad y belleza, tras la que se oculta la nostalgia.

Los rayos también dan luz al presente de la ciudad. Sus calles reciben a miles de viandantes: residentes, turistas y un multitudinario grupo de “exiliados con permiso de vuelta temporal”, como yo. Animados por las primeras subidas de los termostatos más allá de los veinte grados, todos se lanzan a las calles, a los comercios y a los bares.

Ya asoma la pasión que invadirá a Granada con el aroma del incienso, los sonidos de las cornetas y los gritos de <<Al cielo con ella>>. Y, después, las casetas de la feria, el colorido de los vestidos de flamenca y el ruido provocado por el taconeo.

El sol se marcha, escondiéndose a la vera de la Alhambra con la música de los guitarristas que se congregan en el mirador de San Nicolás. La noche granadina festeja reuniones y despedidas de soltero. Hay reencuentros, cerveza y tapa mediante, con aquellos amigos de la infancia que han resistido al éxodo hacia el Norte, en busca de un futuro con buenas perspectivas laborales.

Los primeros rayos de sol primaverales han alcanzado a un pasado cuajado de recuerdos y a un presente cargado de esperanza, salvo la economía de la región, que sigue adormilada. Por eso, el granadino “exiliado” vuelve el domingo por la noche a la capital de España, consciente de que en ningún lugar será tan feliz como en Granada.

El autobús arranca para iniciar el regreso. Mientras contemplo la ciudad alejarse, sonrío y pienso para mis adentros: <<Que al lugar donde has sido feliz/ siempre debieras tratar de volver>>.

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