Roberto Iannucci
Ganador de la XIII edición
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Aquella tarde se respiraba cierto aire de tristeza en el laboratorio forense, extrañamente mezclado con un ambiente festivo que ofendería a los cuerpos que esperaban su autopsia. Pero poco importa la opinión de los muertos.
En la zona de los despachos, los seis compañeros del equipo celebraban el último día en el Anatómico del más veterano de los suyos, Esteban, pues su jubilación empezaba al día siguiente. Sin haberse desprendido de sus batas blancas, habían preparado una fiesta de homenaje, con cervezas y aperitivos.
─Te vamos a echar mucho de menos ─le dijo Mercedes a Estaban. Ella era otra veterana de la casa, pero aún le quedaban varios años de ejercicio.
─Yo a vosotros también, compañeros. ¡A todos!
─Procura volver a menudo, ¿eh? ─le pidió Nuria mientras cogía unas aceitunas─, que esto va a estar muy muerto sin ti.
El equipo estalló en carcajadas. El humor negro era típico entre los profesionales, una forma de suavizar la deprimente realidad en la que trabajaban.
Matías continuó la broma:
─Eso, eso… Procura volver, pero por tu propio pie, no en una de las camillas de reparto.
Lorenzo, uno de los más noveles, pues tan solo llevaba cuatro meses allí, que iba un tanto ebrio, le dio un par de palmadas a Esteban en la espalda y, con una sonrisa torcida, le soltó:
─No te vayas a morir del asco en tu jubilación, viejo, que si no tendremos que abrirte.
Esteban reía de buena gana aquellas bromas. No se quedó mucho rato más. Se despidió de su equipo antes de que anocheciera. Como no estaba casado ni tenía hijos, disfrutaba de la soledad más que de una fiesta.
Se fue despidiendo de cada uno con cálidos abrazos, prometiéndoles que volvería de vez en cuando y les ayudaría en la disección de algún que otro cadáver, <<para no perder práctica>>. Luego cogió su abrigo y abandonó el Anatómico Forense, rememorando la primera vez que entró por la puerta, con la ilusión y los nervios del estudiante que acaba de terminar la Universidad.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Había abierto tantos cuerpos que perdió la cuenta hacía tiempo . Ya no le temblaba la mano al coger el bisturí, ni le espantaba el mal estado en el que llegaban algunos cadáveres. Se había convertido en una eminencia en materia forense, en un hombre clave para la resolución de un sinnúmero de crímenes. Muerto a muerto, había ido aprendiendo, y al fin estaba en condiciones para realizar, por sí mismo, un asesinato en el que no quedara una sola huella.