El prado nevado - Excelencia Literaria
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El prado nevado

 

 

Felipe Gabriel Beytía

Ganador de la XVII edición

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Encabezando doscientos cincuenta y tres soldados de la infantería ligera, a cuyos fusiles calados con ballonetas apenas les quedaba munición, el mariscal Schule huyó hacia el bosque bajo la mirada furiosa del Gran Emperador, que desde una colina contemplaba el fracaso de su subordinado. Algunos valientes se quedaron en el plazo nevado para disparar a la poderosa caballería enemiga, formada por casi mil trescientos hombres que avanzaban al galope hacia ellos. Más pronto que tarde, fueron cayendo bajo los afilados sables de los jinetes y los pisotones de los corceles.

 

—¡Schule es un idiota! —refunfuñó el mariscal Irlaus —. Por su culpa, todo se ha terminado.

 

—Emperador —el mariscal Weber se le acercó—, es momento de organizar la retirada.

 

Pero la caballería enemiga se había percatado de la presencia en la colina del Alto Mando Imperial. A una orden, dieron la vuelta por la blanca superficie y cargaron contra sus oponentes, lo que alteró a los oficiales y a la vanguardia, excepto al Gran Emperador, que mantuvo, imperturbable, su amarga mirada puesta en el hielo donde se había dirimido la batalla. Al ver que se agrietaba bajo el peso de los caballos,  sonrió.

 

—No hay duda en que poner a Schule, un hombre sin experiencia, a defender el prado fue un error. Y yo siempre reconozco mis equivocaciones —. Soltando una breve risita, giró sobre sí mismo para comprobar el gesto en el rostro de sus mariscales —. Pese a todo… cometer errores me es ajeno.

 

–¿A qué se refiere, Eminencia? –inquirió Weiber.

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–A que el prado no es un prado.

 

Inmediatamente ordenó que los artilleros descubrieran los cañones ocultos bajo unas telas. El estruendo se coordinó de forma tal, que pareció haberse producido una sola descarga.

 

Ante la mirada atónita de los mariscales y de los soldados de vanguardia, la caballería enemiga se vio obligada a poner todo su ímpetu conquistador en huir de las frías aguas del lago, antes de que el hielo se desquebrajara bajo los cascos.