De cuando en cuando hay que pararse - Excelencia Literaria
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De cuando en cuando hay que pararse

Marta Carrillo

Ganadora de la XIX edición

www.excelencialiteraria.com

 

Pensar las cosas más de tres veces es habitual en mí, por eso, en cuanto entro en una espiral de pensamientos negativos trato de exteriorizarlos, ejercicio al que no termino de acostumbrarme. Más bien, me he obligado para no caer en el error de quedarme atorada en los problemas.

 He de admitir que, aunque no tiene sentido a dar vueltas alrededor de un tema cuando sabes que no vas a dar con la solución, los jóvenes hemos convertido este modo de actuar en algo común. Si la resolución del asunto no está en nuestras manos, nos quedamos clavados en él o evitamos su solución (lo que los expertos llaman procrastinación), lo que nos lanza a un agujero negro del que es muy difícil salir.

 El suicidio es la principal causa de fallecimiento no accidental entre la población de mi edad. Por tanto, entre los jóvenes hay mucha infelicidad. Me pregunto qué falla en este estado de bienestar para que hayamos perdido las ganas de vivir. Me pregunto si volver la cabeza una y otra vez hacia la misma contrariedad sin atrevernos a tomar una determinación para solucionarla, nos aboca a ese desencanto.

 Pertenecemos a una generación que lo tiene todo al alcance de las manos, y aún así se nos escapa algo tan sencillo como la alegría de vivir por los demás. Los adultos nos lo han masticado todo, así que a nuestra edad no sabemos utilizar los cubiertos. La insatisfacción es común porque ha desaparecido algo esencial en esta etapa de madurez: la dificultad.

 Sin retos, con todo a la veleidad de nuestras apetencias y bajo el amparo de nuestros padres, no seremos nunca resolutivos. No sentiremos la satisfacción de ver crecer nuestras alas para despegarnos del nido familiar. No sabremos afrontar las dificultades sin que estas nos paralicen.

Me pregunto cómo de mareados debemos estar los jóvenes, cuando preferimos perdernos en las redes y sonreír a una vida ajena, antes de parar esa peonza interna que rueda sin control para sonreír a quien tenemos al lado y más nos necesita.