Gonzalo Capapé Gómez
Ganador de la XVIII edición
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A menos lectores, mayor número de informes, ensayos y artículos de prensa que muestran los múltiples beneficios de la lectura: cognitivos, memorísticos, sociales… Según muchas de estas fuentes, deberíamos leer a menudo, al menos quince minutos al día (por ejemplo), pues con ello no solo nos entretendríamos al tiempo que aprendemos, sino que mejoraríamos nuestras capacidades de atención y de realizar una síntesis de toda la información que recibimos, además de ampliar nuestro rango de vocabulario. Son solo tres del sinfín de ventajas que presenta la lectura para cada sujeto.
El amante de la lectura, sin embargo, no busca esta mejora de habilidades personales a la hora de abrir un libro, sino que se embebe las páginas sin importarle lo viejas que estas sean, todo por puro placer. Hay tantos motivos para el disfrute como lectores. Muchos, intrigados por la trama, se sumergen en una buena historia. Otros admiran la belleza del juego de las palabras, armónicamente ordenadas por el autor. También hay quien disfruta en el presente de lo que están leyendo, abandonado al ritmo de los capítulos. Los menos, se buscan a sí mismos en cada personaje, atormentados por el eterno interrogante de descubrir quiénes son. A todos ellos la lectura les permite inhibirse de un mundo que les brinda respuestas que no les convencen. Por eso buscan encontrar espejos entre tramas y personajes, en los que proyectan sus preocupaciones. Buscan argumentos que les den a entender el misterio del dolor, el amor, la tristeza, la jovialidad, el arrepentimiento… Es decir, a este tipo de lector no le guía el afán de conocer cuatro palabras nuevas.
Deberíamos leer por el placer de leer. Los beneficios adquiridos gracias al hábito de la lectura no son más que una serie de buenas consecuencias no buscadas. Es decir, la lectura no es un medio para mejorar ciertas habilidades, del mismo modo que la amistad no es el remedio para paliar el aburrimiento y la soledad. Si así lo fuese, todo interés en leer desaparecería por una forma más eficiente, rápida y directa de adquirir dichas mañas.
Debemos leer porque disfrutamos leyendo, porque la literatura arroja luz a nuestros interrogantes, porque nos vemos reflejados en los personajes, porque damos cauce a nuestros sentimientos. Los humanos siempre hemos tenido el oído presto a las historias, ficticias o no, como si fuesen también alimento, en este caso del alma. Además, la literatura es la gran canalizadora de aquello que desvela el interior de nosotros mismos, que nos aproxima a la esencia, a nuestro yo.
Abramos todos un libro; el resto vendrá solo.