Napolitana - Excelencia Literaria
Blog: Excelencia Literaria

Napolitana

Julia Montoro

Ganadora de la XIX edición

www.excelencialiteraria.com

 

Esta mañana, Miguel ha vuelto del centro de salud con el siguiente diagnóstico firmado por su médico de cabecera: «Tiene usted que dejar de comer tanto dulce, que tenemos el azúcar por las nubes». Lo peor es que dicho diagnóstico se le ha realizado sin que él se haya pronunciado acerca de sus hábitos alimenticios.

Parece obra de magia, pero a los médicos no se les escapa una: tantos años de universidad les otorgan la seguridad para afirmar que la causa de la diabetes en un paciente estándar es el excesivo consumo de bollería industrial. Y no diré que no, pero tampoco se deben asumir las cosas a la ligera.

Lo cierto es que Miguel, condicionado por su limitado salario, no puede permitirse los productos gourmet. Gourmet, sí, porque los productos frescos se han convertido para él en delicatessen, inaccesibles a su bolsillo mileurista que solo puede recurrir a los alimentos más económicos.

Este problema puede abordarse desde diferentes ángulos. Por un lado tenemos la precariedad laboral, por otro nos encontramos con la inflación, que de tanto hinchar el globo pronto nos va a estallar en la cara. También hay que valorar la deplorable situación de la Atención Primaria. Son asuntos repetidos en las conversaciones del almuerzo, que aparecen en los periódicos y escuchamos en los bares.

Tengo pocas esperanzas en que el médico de Miguel le haya mirado a los ojos durante más de unos segundos, y no creo que se haya molestado en indagar en el historial médico y personal del paciente. Me atrevo a decir que tenía cronometrado el tiempo que debía durar la consulta. Si su jornada laboral es de ocho horas y debe atender a treinta pacientes, no puede destinar más de dieciséis minutos a cada uno de ellos, de los que habrá que descontar los momentos oportunos para tomar un poco de aire, ir al baño, compartir alguna duda con otro compañero… La medicina clínica es un reflejo del utilitarismo que engulle a nuestra sociedad: el paciente es un conjunto de minutos tasados, y sus historias solo refieren las enfermedades que padecen, excluyendo de esta ecuación a la persona, con sus alegrías, sus miedos y necesidades.

Considero que todo buen ciudadano debería estar indignado, pero no solo por la suerte que puedan correr los pacientes, ni por el componente humano sobre el que debería construirse la profesión, sino también por los médicos, que son profesionales que han dedicado gran parte de su vida a formarse y que, en muchas ocasiones, se saben obligados a negarse a sus apetencias, al cansancio u otras circunstancias personales, porque el paciente constituye su prioridad. El problema reside en que esa prioridad se ha convertido en una lista de nombres a la que hay que abarcar cada día.

Los profesionales de la salud no deberían basar sus diagnósticos en una especulación sobre el número de napolitanas de chocolate que hayan podido digerir sus pacientes, ni en los dieciséis minutos asignados para cada consulta. El resto de la sociedad tampoco debería permitir que la salud se reduzca a una atención