Ana María Gil Cózar
Ganadora de la XX edición
No hay palabras para describir lo que está sucediendo en Valencia. No lo digo desde unos ojos que se nutren únicamente a través de la televisión, sino como valenciana que vive de cerca el sufrimiento y la angustia de muchas familias, desesperadas en un mar de incertidumbre. Sin embargo, no voy a escribir acerca sobre aquello que ya sabemos; todos estamos al tanto de las noticias y hemos visto fotografías sobre la situación, aunque puedo asegurar que no hay comparación entre un vídeo o una foto y lo que ocurre sobre el terreno.
Todo comenzó un martes por la tarde. Estaba a punto de terminar los deberes cuando sonó un pitido extraño en mi móvil, una alarma que jamás había emitido. En ese momento fui consciente de lo que se avecinaba más allá de la puerta de mi casa. En aquella fatídica noche, Valencia cambió por completo.
Es increíble lo que es capaz de hacer el ser humano en situaciones como estas. Muchas personas han perdido la vida, otras parte de su familia, sus casas, sus negocios, sus coches… pero todos se han sentido arropadas con el cariño y el buen hacer de aquellos que han decidido ayudarles, cada cual de la forma que ha podido.
Crecí escuchando terribles historias de la gran riada de 1957. Cada vez que veo alguna de las placas que indican “Hasta aquí llegó el agua”, me estremezco al pensar la catástrofe que supuso para la ciudad. No obstante, nunca imaginé que se podría repetir para sobrepasar todos los niveles del 57.
Cuando me acerco a los lugares afectados por las riadas, me emociona comprobar el caudal de voluntarios que han venido desde todos los rincones del país. Hemos sido capaces de dejar a un lado las diferencias ideológicas, políticas, los intereses y los planes personales para darnos al prójimo. Ojalá que para unirnos no tuvieran que suceder este tipo de acontecimientos. Una nación tan maravillosa no se merece la división, sino ir todos a una.
A lo largo de estos días, los de la terreta hemos entonado una y otra vez nuestro himno, que describe a la perfección este movimiento de solidaridad. Porque nos dijeron tots a una veu, germans vingau, y Valencia entera se acercó para socorrer a quienes más lo necesitaban. La nostra Mare del Desamparats nos tiene bajo su manto; en esta difícil situación no nos suelta de su mano y nos protege de todo lo malo que pueda venir.
Soy consciente de que no todo el mundo puede venir a sacar barro de las casas afectadas, porque la vida continúa con sus trabajos de cada día, y de que los periodistas se irán en busca de nuevas noticias. Sin embargo, es importante que el dolor de las víctimas de la Dana no se olvide. A Valencia le queda mucho tiempo para recuperarse.