El COVID sigue evolucionando, tratando de complicar cada vez más nuestra vida.
Aumentan los contagios, aumentan las vacunaciones y en distintas ciudades los “negacionistas” siguen manifestándose con pancartas disfrazados de mamarrachos.
Yo también soy negacionista del espectáculo esperpéntico de esta gente, son minoría, pero obligan a las fuerzas de orden público a salir de sus cuarteles para contener estas mareas humanas, cuya vida se reduce a eso.
Son junto con el COVID los parásitos que acechan en cualquier esquina impidiendo el orden y la vuelta a la normalidad. Lo normal y a lo que aspira la mayoría de la población, es que se recuperen los puestos de trabajo, los mayores que sus hijos y nietos salgan adelante, las cafeterías poder abrir cada mañana para llenar sus terrazas, las empresas recuperar su ritmo de trabajo y la gente en general a descansar en el mar, en las playas o en la montaña.
El turismo, a pesar de todo, también se está recuperando, vuelven los aeropuertos a funcionar, los fines de semana las carreteras se llenan y los trenes, con precios más bajos son la mejor alternativa para la mayoría.
Pero suben los contagios, el personal sanitario está desmoralizado, los hospitales se llenan de nuevo de gente joven otra vez, que se han expuesto sin mascarillas en eso que se llama los botellones. Y eso está pasando en todos los países. Es verano y vuelven los incendios provocados o no, están asolando medio país. El tiempo tampoco acompaña, las lluvias torrenciales en España y en otros países, se llevan por delante todo a su paso, personas, viviendas, cosechas, es como si la naturaleza se revelará ante tanta insensatez.
En la piscina de casa, los pequeños juegan con sus pelotas ajenos a todo, son las nuevas generaciones: ¿serán capaces de traernos un mundo mejor?.