Era el día en el que se podían ver las lágrimas de San Lorenzo, es decir las Perseidas.
A las 23:00 h de la noche salimos, bien equipados, hacia la Sierra de Madrid buscando un lugar oscuro y solitario.
Por fin lo encontramos. Mi hija puso el coche sobre un pequeño descampado y empezamos a colocar el campamento.
Primero dos sillas, a continuación, unas toallas de playa y unas telas para tumbarse, al perro, un bodeguero, también la habíamos llevado su colchón.
Al otro lado de la carretera, cerca de nosotros, mugían sin cesar un montón de vacas, cada vez las oíamos más cerca, ¿podrían envestirnos…?.
El camino al improvisado campamento desde el coche, estaba lleno de espinos que había que sortear con cuidado.
Por fin podíamos mirar al cielo, de pronto una luz intensa blanca pasó frente a nosotros cayendo a nuestro lado detrás de los árboles….
Era una Perseida.
En lo alto empezaron a pasar aviones hacia su destino, uno detrás de otro, las vacas seguían mugiendo, pero las Perseidas no volvieron a aparecer….
Al cabo de una hora levantamos el campamento y volvimos a casa. Había merecido la pena, la estrella fugaz que vimos, fue un regalo del cielo.