Tienen una fecha de caducidad que suele ser el 15 de septiembre, haga o no calor.
En verano a las doce de la mañana, los más pequeños de la urbanización llenan de alegría el ambiente chapoteando en el agua, nadando con sus manguitos, o subidos a un colchón hinchable.
Leo, el socorrista que cada año viene de Argentina, es el responsable de que todo funcione, va quitando las hojas que caen de los árboles con un salabre al mismo tiempo que advierte a los niños que está prohibido correr….
Para los mayores es un amigo, nos cuenta las costumbres de su país y sobre todo hablamos de recetas de cocina. Va y viene a su casa en bicicleta y como al atardecer anochece, una vecina le ha regalado un chaleco reflectante. Quedan pocos días para despedirnos hasta el año que viene.
Antes de volver a su tierra marchará al País Vasco para conocer algo más de España: “si tengo tiempo visitaré Cantabria también”….
A la una los pequeños suben a sus casas a comer, es la hora de los mayores, nos metemos en el agua, los que pueden atraviesan la piscina nadando, el comentario es siempre el mismo: “¡que limpia Leo, está muy buena, no está tan fría….
A partir del 15 de septiembre se cierra la puerta hasta el próximo año, se cubre con un plástico y comienza otra etapa de nuestra vida, lejos quedan los vecinos del verano, a muchos probablemente no volveremos a verlos hasta el año que viene.