Se acerca la Navidad, la fiesta más celebrada del año. Cada año se empieza a celebrar antes. Las calles se llenan de bullicio de personas de todas las edades que quieren sorprender a sus seres queridos con un regalo.
En las casas se empiezan a poner los árboles de Navidad, que se engalanan de guirnaldas de colores, de bolas brillantes y de figuras que parecen haber salido del país de las maravillas. Las luces de colores que se encienden y se apagan y la estrella en lo alto del árbol, ponen en nuestro corazón un punto de añoranza por los que ya no están y de ternura al ver la cara de los más pequeños.
Ya empiezan a sonar las panderetas y zambombas en las calles y se oyen villancicos “la Virgen está lavando y tendiendo en el romero, los angelitos cantando y el romero floreciendo…”
Ojalá también se adelante, como las luces y los adornos, la época para la solidaridad, para acordarnos de los que no tienen nada, de los que nos tienden la mano para que pongamos en ella amor y esperanza.
Las colas del hambre recorren las aceras de nuestras ciudades y llegan a Ucrania, un país aplastado por la guerra que llora a sus muertos, que no tiene ni agua ni calefacción y que apenas sobrevive entre los escombros por la sinrazón del déspota que inició esta locura.
Tenemos que apretarnos el cinturón para compartir, para llegar a donde no llega nadie para reír y llorar con ellos porque son nuestros hermanos.
Hoy la noticia no es si las bombillas de los árboles gigantes que se levantan en algunas ciudades son mejores que las de sus vecinos… La noticia es otra que sucedió cuando el ángel se aparece a María y la saluda diciendo: “Dios te salve María, llena de Gracia, el Señor es contigo, bendita tu eres entre todas las mujeres. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, y será llamado Hijo del Altísimo.” Así en la ciudad de Belén, cuando llegó su hora, en un establo entre la mula y el buey nació nuestro salvador comenzando una nueva era para la humanidad.