Cuando leía por primera vez los cuentos de Isaac Asimov no dejaba de sorprenderme su perspicacia. Estaba fascinada con la facilidad con la que plasmaba en sus relatos asuntos que muchos no habían llegado todavía ni a imaginarse, así que me lo pasaba en grande descubriendo cómo se había adelantado a ellos. Videollamadas con un teléfono móvil a mediados de siglo… pensarían de él que era un iluso y un completo chiflado. Por no hablar de Multivac, que no entro a analizar porque dentro de la hipérbole hay demasiada verdad (una máquina capaz de predecir lo que queremos en base a datos estadísticos). Y entonces llegué a «Isla Crimea» (Automática Editorial) de Aksiónov y sentía algo muy parecido. Me divertía su ironía, pero lo que más me trastocaba era esa capacidad de predecir acontecimientos partiendo de la imaginación.
Empecé a darle vueltas y, descartando el hecho de que ambos eran rusos, que era la primera teoría absurda sobre una idea yerma, llegué a la conclusión de que simplemente estamos ante dos escritores que han sabido analizar la Historia y la Ciencia proyectándose hacia el futuro como si fuesen entes extracorpóreos capaces de visualizar esos pequeños detalles que convirtieron sus textos en premoniciones. Al final lo que podía parecer exagerado no lo es tanto. La diferencia sustancial entre el planteamiento de uno y de otro es que las ideas de Aksiónov son un tanto más sesudas de destripar porque la carga principal es histórica y política.
Con él aterrizamos en la Rusia de Breznhev, décadas después de una Guerra Civil que no ha terminado como todos esperábamos. Sí, han ganado los rojos, han ganado Lenin y Stalin («la mofeta de Stalin»), pero los blancos, o lo que ha quedado de ellos, han logrado refugiarse en un «tierras ancestrales rusas del Mediterráneo»; ¡Adivinen! ¡Sí, Crimea!. Allí han logrado mantener su bastión hasta el presente (el de la novela), cuando surge el debate sobre una posible reunificación. Sorprendente la elección de Aksiónov sobre ese «campamento temporal» en el que conviven una mezcla de culturas y corrientes. No solo porque efectivamente terminaría anexionándose por la fuerza a Rusia sino porque la revolución de 1917 fue lo que les permitió desembarazarse en su día del Imperio ruso. Aksiónov fue capaz de predecir hasta pequeños absurdos que también llegaron con Putin: ese puente tan anhelado por sus personajes que uniría ambos territorios. Y no he dicho que la novela está escrita en 1979. Hay que hilar fino muchas veces para no perder el punto.
«¡Mañana vuelo a Moscú y todavía no he comprado nada de lo que no hay allí!
No he comprado las hojas de afeitar dobles, los carretes fotográficos de color para las cámaras mini, los cuboflash, los discos de jazz, la espuma de afeitado, los calcetines largos, los tejanos -¡Dios, la eterna súplica soviética, los tejanos!-, las camisetas con inscripciones, las zapatillas de correr, las botas femeninas, los esquíes de montaña, los audífonos, los jerséis de cuello alto, los sostenes y las braguitas, las medias de lana, las horquillas, los jerséis de angora y cachemir, las pastillas alka-seltzer, los adaptadores para magnetófonos, las servilletas de papel, el talco para partes íntimas, la cinta adhesiva marca Scotch, y de paso el whisky scoth, la tónica, la ginebra, el vermut, los recambios para los bolígrafos Parker y Montblanc, las chaquetas de piel, las cintas para las grabadoras, la ropa interior térmica, los abrigos de piel vuelta, los zapatos de invierno, los paraguas automáticos, los guantes, las especias secas, los calendarios de pared para la cocina, los tampones para la menstruación (… sigue)»
Y en ese contexto, muy demasiado en resumen, nos encontramos con una maraña de personajes demencial; por la cantidad y por la complejidad. Y es que los rusos tienen esa manía tan especial de llamar a sus compatriotas por el nombre de pila, por el apellido, por su patronímico, por el mote y, de paso, a veces cae algún que otro insulto. Así que no es difícil perderse entre Lúchnikov, Andrei, Arseni y una larga lista de agentes secretos, periodistas, deportistas, ligues, miembros del ejército blanco (muchos reales) y, no podían faltar, los culturetas, tan censurados por el aparato stalinista. Desde luego es un peligro dejar a los jóvenes pensar por sí mismos, es mejor darles una bandera.
El argumento, el famoso argumento. Acompañamos (también muy a grandes rasgos) al hijo de un exsoldado blanco, de un auténtico evapro, Andrei Lúchnikov (redactor jefe del Courier) que va desarrollando en su interior una necesidad imperiosa por cambiar lo establecido (por no contar mucho). Así que desarrolla una idea, La Idea, que devolverá a su patria* a todos aquellos rusos que se vieron obligados a abandonarla. Entre tanto, amenazas de atentado, viajes por Europa, sexo, amor, muerte o aventuras transfronterizas que terminan al ritmo de Doris Day.
Conversaciones que empieza uno y termina otro y que se entremezclan con los pensamientos del propio escritor. De pronto ya no nos habla Lúchnikov, ahora estamos en la cabeza de Tatiana o Petia. Un libro con el que consigue derribar los mitos sobre la patria y el sentimiento de pertenencia. Y lo hace al mismo tiempo que caricaturiza a la sociedad soviética hasta el extremo. Dos territorios habitados por “rusos” que no pueden ser más diametralmente opuestos. Ya se palpan las influencias de los americanos como tesoros mientras Rusia duerme; porque el ruso auténtico bebe vodka y es comunista. Entre tanto, «Crimea + Kremlin = Amor».
Si queréis pasar un buen rato, y que dure un poco más que un suspiro, «Isla Crimea» es un buen libro, lo poco que tiene de enrevesado ya os lo he contado. Y, por cierto, qué maravilla de traducciones hace Yulia Dobrovolskaya, que no está de más decirlo. En esta ocasión mano a mano con J.M. Aznar Auzmendi.
*Sobre el asunto de la patria y qué significa ser de determinado lugar me recordó un poco a Popov con «La caja negra», y si el orden de lecturas se hubiese invertido me habría pasado lo mismo con Aksiónov (un poco lo comento para calzaros en enlace a la entrevista que publiqué hace tiempo).
Título: «Isla Crimea»
Autor: Vasili Aksiónov
Editorial: Automática Editorial
Año de publicación: 2018
Páginas: 509
Precio: 22 euros