Llorar es más que un verbo. Es un verbo para el que, si queremos, sobran las palabras. Una acción que se explica sin la necesidad de monsergas y para la que, casi siempre, sobra incluso el balbucir que la acompaña. Nos arranca estados de ánimo ocultos sin apenas esfuerzo físico, tan solo el movimiento de unos cuantos y pequeños músculos faciales y alguna que otra contracción estomacal que nos permita seguir a lo nuestro. Pero nos deja tan exhaustos que estoy convencida de que los músculos que intervienen durante el llanto solo se ejercitan llorando.
Y se me antoja la forma más fácil de hablar con uno mismo. A veces, ensimismados en nuestros quehaceres podemos soltar alguna que otra palabreja de ánimo o desesperación, pero llorando es más que seguro que mantendremos una conversación desatada con nosotros mismos y, parte de ella, será en voz alta. En compañía, emisor y receptor hablan por momentos distinto lenguaje pero se entienden. Lágrima con palabra o lágrima con lágrima, así fluye la conversación. Y aún así, qué poco pensamos en esta acción tan íntima que solo se me ocurre clasificar, acertadamente o no, como un tránsito que en ocasiones termina convertido en una masa viscosa recogida en un pañuelo tras una espiración violenta.
Y coincidencia o no, esto brota de «El libro de las lágrimas», de la mano de Editorial Tránsito, en el que Heather Christle hace una reflexión personalísima sobre el llanto con la que nos invita a recordar felizmente nuestras lágrimas más amargas, desde la primera a la última. Y si este verbo del que hablamos alberga tantas opciones, qué no albergarán centenares de páginas dedicadas a él. En cada párrafo Christle no solo nos habla de un momento, de una reflexión, son pequeños espejos en los que podemos vernos reflejados y que nos permiten conectar con ella. Y es que, sin darnos cuenta, a lo largo de nuestra vida hemos llorado amigos, amor, alegría, canciones, poesía, cine, noticias, trabajo, familia, todo lo que no se puede expresar con palabras; y lo que sí se puede, eso también lo hemos llorado.
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«Se dice que quizá lloramos cuando fracasa el lenguaje, cuando las palabras ya no pueden transmitir adecuadamente nuestro dolor. Cuando mi llanto no está suficientemente exento de palabras, me golpeo la cabeza con los puños.
(…)
Cuando volvemos al coche pongo el móvil a cargar y, a saber cómo, en el equipo suena por azar una canción de Joy Division: ‘Love Will Tear Us Apart’. Estas son las palabras inscritas en la tumba del cantante, Ian Curtis. Se suicidó a los veintitrés años»
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Y yo me preguntaba al verme con este libro entre las manos ¿Da para tanto una lágrima? Los cientos de citas a las que hace referencia la autora nos dan una idea de la cantidad de personas que han sentido curiosidad por saber qué hay detrás de ellas. Y, con este trabajo que tardó cinco años en materializarse pero seguro sigue activo, Heather descubrió que detrás del llanto hay arte, hay feminismo, hay Ciencia, hay naturaleza, hay maternidad, hay vida. Os confieso que antes de leer a Heather ya sentía debilidad por los elefantes, presentes en estas páginas, y que lloré leyendo a Robert Moor al descubrir que el balanceo constante de estos gigantones en cautividad es la respuesta a la necesidad de caminar su abundante ración de kilómetros diarios.
Siempre me he sentido atraída por los pequeños detalles que tienen relación con la naturaleza, y no puedo dejar de contar uno que he descubierto en este encantador «Libro de las lágrimas» y que todavía me tiene fascinada; que al menos sirva de pequeño gancho. ¿Sabíais que existe un tipo de polilla tailandesa que se alimenta de lágrimas de elefante? Y existe también otra especie que no espera a que los cazadores los hagan llorar, directamente les irrita el globo ocular para que empiecen a brotar. Fascinante. Sumo una apreciación más sobre la naturaleza de los elefantes, un mamífero que cada vez me tiene más enamorada.
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«En su libro, Frey plantea que ‘niveles más grandes [de la hormona prolactina] podrían explicar en parte que las mujeres derramen lágrimas con más frecuencia y rapidez que los hombres’ (…) ¿Qué ocurriría si Frey invirtiese el modelo y se preguntara por qué los hombres sufren un déficit de prolactina con la correspondiente incapacidad para llorar? O, mejor aún: ¿y si los investigadores trataran sexo y género como los conceptos diversos que son? ¿Qué aspecto tendría entonces la ciencia de las lágrimas?»
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Como me pasó a mí, estoy segura de que muchos compañeros de generación (que nunca dejaremos de ser millenials por mucho que ya nos acompañe el tres) haréis un paréntesis en alguna parte de la lectura y recordaréis cómo las lágrimas de Snape caían en ese pequeño frasco de cristal que, a partir de ahora y gracias a este libro, llamaré lacrimatorio. Pues os diré que existe un modo, no tan mágico, de conservar esas pequeñas esferas acuosas, tan solo necesitamos una cartulina negra. Y ya no veréis nada igual, y buscaréis por todas partes las secuelas de cada lágrima. Yo esta semana descubrí que las lágrimas queman.
Ya tocaba por aquí un tránsito. Hoy cambio las habituales líneas horizontales por asteriscos a modo de pequeño homenaje lacrimoso a este libro. Os dejo con un pequeño poema del amigo Zach al que hace referencia Christle:
«lo bueno de
llorar es que
no tienes que
elegir un tema»
Título: «El libro de las lágrimas»
Autora: Heather Christle
Editorial: Tránsito
Año de publicación: 2020
Páginas: 203
Precio: 19,50€